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Así nada bueno saldrá de esto

“Todos huelen a podrido y no parece haber en ningún lado algún contrapeso que nos inyecte alguna forma de esperanza”.

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Esta sensación de desgobierno no tiene comparación. No recuerdo una orfandad semejante a la que vivimos en estas semanas. El país es un cuerpo sin cabeza. Y cuando digo “cabeza” no me refiero únicamente al gobierno sino a toda nuestra clase política. Resulta que todos, los de antes y los de ahora, todos, han tenido algún vínculo con la gran constructora (o destructora) brasileña.
Cuando a fines de los setenta los militares soltaban el timón, había un gran furor en las calles reclamando una nueva constituyente. Cuando Alan García llevaba al Perú por el despeñadero de la inflación y el caos político, había fuerzas de derecha e izquierda que movilizaban a millones de personas detrás de grandes sueños de cambio. Cuando Sendero Luminoso arrasaba con los peruanos y las fuerzas armadas reaccionaban haciendo lo contrario a lo que las leyes exigían, había en la sociedad civil, y las propias fuerzas armadas y policiales, otras ideas de cómo derrotar al enemigo terrorista que luego probarían su eficacia. Cuando el gobierno de Fujimori se caía a pedazos por la corrupción y el autocratismo, nuevamente las calles vibraron reclamando una nueva oportunidad para esto que llamamos democracia.
Ahora, en cambio, todos huelen a podrido y no parece haber en ningún lado algún contrapeso que nos inyecte alguna forma de esperanza. Los ciudadanos lo tienen muy claro. Todos están quemados hasta que se demuestre lo contrario. Algunos aún nos sorprendemos con el alcance de cada destape. Otros, que son la gran mayoría, solo confirman la veracidad de sus prejuicios: quienes entran a hacer política están buscando lo contrario de lo que la polis espera de ellos. Su energía está concentrada en violar el bien común, en traficar con el respaldo de sus representados, en utilizar lo que es de todos a favor de su beneficio personal. Nadie se salva, desde la inmensa lista de alcaldes y gobernadores procesados por la justicia, hasta los ex presidentes y los políticos actuales que ocupan las primeras planas del hartazgo nacional.
Este ambiente de desgobierno es obra de casi todos. Un presidente que parece absorbido por una preocupación personal relacionada a por lo menos uno de los tentáculos de Odebrecht. Un gobierno sin liderazgo. Una oposición tomada por la acusación mutua y la ausencia de foco en las demandas populares. Un empresariado atónito que remeda a una inmensa bandada de avestruces. Un periodismo que va detrás de las anécdotas, sin poder comprender que lo que está en juego son las bases mismas de una república de naipes. Una sociedad civil paralizada, fragmentada, confundida.
Y una ciudadanía que no confía en nadie ni en nada. Así nada bueno puede salir de todo esto. Prepárense.
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