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La corrupción anida en cada corazón
“El estudio viene mostrando de forma consistente desde 2002 que la corrupción es un monstruo que vive entre nosotros desde hace mucho. Nadie lo quiere, pero casi todos apelan prácticamente a él”.
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La décima Encuesta Anual sobre Percepción de Corrupción no trae sorpresas aunque se supone que debería traerlas. Si consideramos que en el último año se han destapado colosales casos de corrupción a todo nivel en el ámbito público y el privado, que tenemos a un ex presidente encarcelado preventivamente y a otro con extradición pendiente, y a cientos de gobernadores y alcaldes en situaciones semejantes según la Procuraduría Pública Especializada en Delitos de Corrupción, si bien todo esto y mucho más es conocido, los resultados de la encuesta sugieren que la opinión pública no va a reventar. La gente de la calle tampoco.
Esto se puede leer de dos formas. Una posibilidad es que nos hayamos acostumbrado a la corrupción. Algunas respuestas del estudio van en esa dirección. La tolerancia a la pequeña corrupción sigue siendo alta, lo mismo que la corrupción que ayuda a destrabar vicios burocráticos. Allí donde el manejo ilegal tiene, digamos, una buena finalidad, se pone justificadamente entre paréntesis a la moral.
Otra lectura sugiere que tal vez hace mucho llegamos al tope del escepticismo. Nada puede sorprendernos. Los últimos destapes no nos mueven porque el hartazgo ya era nuestro. Entonces, la mayoría prefiere desconectar y concentrarse en lo suyo. La encuesta muestra que la gente tiene una pésima imagen de las principales instituciones del Estado asociadas a este problema, mientras que los políticos, los funcionarios y los empresarios caen en el mismo miserable saco.
Porcentajes más arriba o más bajo, lo cierto es que el estudio viene mostrando de forma consistente desde 2002 que la corrupción es un monstruo que vive entre nosotros desde hace mucho. Nadie lo quiere, pero casi todos apelan prácticamente a él. Nadie lo desea, pero es parte de la familia nacional. Una desgracia. ¿Qué hacer entonces? Las respuestas de los encuestados dan cuenta de una gran orfandad: “denunciar”, “votar bien”, “resistir a las coimas”, “publicar en redes sociales”. Todo suena lírico. Nadie alude, por ejemplo, a los mecanismos de vigilancia ciudadana con los que contamos en nuestras leyes porque nadie las conoce. La verdad es que no sabemos qué hacer.
O tal vez sentimos que esto no lo arregla nadie. La encuesta muestra que el 94% sostiene que no se puede confiar en los demás. ¡9 de cada 10 peruanos! Este es el verdadero hueco de nuestro entrampamiento, el retrato de una sociedad rajada, la pobre energía que hace imposible que tejamos lazos básicos, esos lazos que deberían probar que estas transacciones abusivas y desleales son salidas desesperadas, soluciones efímeras y, a la larga, tramposas. Esta encuesta habla tanto de la manera en que percibimos la corrupción como de la miseria colectiva de la que somos parte.
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