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El desprecio por nuestras vidas
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Los eventos en Villa El Salvador califican como desastre. Hasta ayer se contaban ocho fallecidos, más de 40 heridos por quemaduras de diverso grado y alrededor de 20 casas afectadas. Un camión cisterna con capacidad para transportar 2,500 litros GLP rompió una de sus válvulas al pasar por un desproporcionado desnivel en la pista. Entonces el gas se derramó más de una cuadra, inundando la calle y sus hogares. Y cualquier chispa inició el rápido incendio.
El accidente debe ser investigado. Se analizarán las condiciones del vehículo, el desempeño del chofer y la calidad de la vía. Veamos. Se sabe que a fines de 2018 el camión tuvo un problema semejante de fuga de gas en la Panamericana Sur. Asimismo, el chofer cuenta con un exorbitante acumulado de 83 infracciones de tránsito y transporte. Y la avenida ofrece unos baches criminales pendientes desde la gestión municipal anterior. Todo mal.
Hay quienes dicen que llamarle “accidente” a esto es una exageración, pues eventos como estos están cantados. Y no les falta razón. Ya sabemos que el transporte en el país mata más gente que las enfermedades mortales, sea por las negligencias técnicas de los vehículos de uso público y privado, sea por la imprudencia promedio de los conductores y sus pasajeros. Ya sabemos también que la calidad de las vías de tránsito son deplorables y producen todo tipo de accidentes. Así que lo sucedido el jueves no es nuevo.
Tampoco llama la atención que los hospitales no se den abasto ante las emergencias, que los bomberos y las ambulancias tarden debido al caos del tránsito, que los alcaldes y las autoridades se tiren la pelota entre ellas. Así, lo que está detrás no solo es la conocida negligencia de ciertos organismos estatales y los riesgos comunes propios de la economía informal, sino algo mucho más grave. Me refiero a nuestra incapacidad para prevenir desastres. A nuestra displicencia ante las reglas básicas de prevención de accidentes. Peor aún, a nuestro monumental desprecio por la vida de los demás y de los nuestros.
Si la solidaridad que se activa en situaciones como esta nos sirviera también para organizarnos, gobernantes y gobernados, otra sería nuestra vida social. Pero no. El próximo terremoto está cantado. El próximo Niño, también. Lo mismo, nuestra persistente inconsciencia colectiva. Por eso, lamentablemente, siempre llegamos tarde.
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