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Terminar la independencia

“Ahora mismo estamos viviendo situaciones no imaginadas. Habíamos reducido la pobreza a menos de la mitad. Pero la economía se estancó y la pobreza rebotó”. 

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(Midjourney/Perú21)
Fecha Actualización

 

Estamos en la campiña francesa. Dos parejas llegan a cenar un día antes de la invitación. Para superar el desacierto, salen a un restaurante. Está desierto, los meseros van y vienen desde el salón de al lado. Tanto ajetreo no es usual. Escuchan un lamento, descubren que están velando al dueño, ha muerto esa misma tarde. A partir de allí, seguirán un camino a ninguna parte, salvo a nuevos desencuentros, que interrumpirán la cena cada vez que vuelvan a sentarse a la mesa: llegan unos militares que, para variar, estaban invitados para el día siguiente y, mientras las viandas preparadas para seis se dividen entre veinte, tienen que retirarse por unas maniobras de guerra, que también han empezado de improviso; no reconocen al obispo vestido de jardinero, pero le rinden pleitesía cuando se viste como se debe, desde entonces será un invitado de honor como obispo y un empleado de la casa como jardinero; invitan un martini al chofer, que se lo toma seco y volteado, para confirmar que solo ellos tienen el refinamiento de beberlo de a pocos; la Policía los detiene por narcotraficantes, pero un ministro los libera; en un restaurante de lujo, lo que pidan se habrá acabado. La realidad se va desfigurando; de lo inusual se pasa a la ficción. Siempre sentados a la mesa: morirán de vergüenza cuando se levanta un telón y se encuentran como actores de una obra cuyos textos no conocen y se van retirando de la escena, entre abucheos del público; o serán asesinados por unos guerrilleros, del mismo país del narcotraficante jefe, que, además, es su embajador. No se frustran porque, aunque no llegan a cenar, no tienen hambre, lo hacen por gula. No se incomodan porque, aunque las situaciones son absurdas, las alivian hablando vanidades. Parecen superarlo todo porque, aunque los desencuentros revelan sus peores temores, son sueños de los que ya despertarán (Luis Buñuel, El discreto encanto de la burguesía, Oscar 1972).

Ahora mismo estamos viviendo situaciones no imaginadas. Habíamos reducido la pobreza a menos de la mitad. Pero la economía se estancó y la pobreza rebotó. Luego vino la pandemia, que no fue poca cosa: por aquí morimos más que en cualquier otra parte del mundo y nos destrozó la economía doméstica. La pobreza creció un 50% de la noche a la mañana. Mientras todo el mundo se ha recuperado, nosotros seguimos fatal; la pobreza ha seguido creciendo. Una explicación: sin economía en expansión, no hay empleo y la gente se cachuelea como puede. El 80% labora informalmente, con salarios por debajo del mínimo, sin seguros ni pensiones ni esperanzas. Las brechas entre peruanos han dejado de ser solo monetarias para convertirse también en políticas, porque la pobreza imagina un país diferente, el hambre ordena los valores de otro modo y las angustias crean otras prioridades. Por si fuera poco, hay otro peligro mayor: la economía criminal. La creíamos arrinconada en la selva del VRAEM, reducida al narcotráfico. Pero hizo metástasis con la minería ilegal, el tráfico de terrenos, la tala indiscriminada de bosques, la extorsión y la trata de mujeres y menores. Esa economía criminal captura territorio, compra autoridades y da trabajo a cada vez más peruanos, para quienes empieza a ser un alivio de pobreza. Generando empleo, los criminales de la economía van adquiriendo la legitimidad que no tienen nuestras autoridades políticas. Seremos esclavos morales de una pobreza que nos mirará con rencor por haberla olvidado y de una criminalidad que siempre nos despreciará. No es una pesadilla que acabará cuando despertemos; es realidad pura y dura. Usted dirá que deberíamos reaccionar, volver a conquistar, doscientos años después, una nueva independencia. Pero ya ve que no. Con alguna excepción, ninguna élite ha lanzado ninguna cruzada redentora. Sin embargo, nada hay más urgente que reactivar la economía, no para tener cifras en azul, sino para que la gente tenga empleo formal, recupere las esperanzas y no tenga que buscar refugio en la economía criminal. Esta vez, crecer en economía no es de derecha y reducir la pobreza no es de izquierda. Debemos mirar el país desde las angustias de la pobreza y desde allí construir pactos políticos, para llevarlos a cabo, para que volvamos a tener Fiestas Patrias felices. 

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