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¿Todo está mal?
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Para llegar al 28 de julio como un país unido, capaz de enfrentar el COVID, la crisis económica, la desigualdad y la debilidad institucional, habrá que construir puentes, buscar puntos de encuentro, pedir perdón y perdonar por el insulto que reemplazó torpemente al argumento.
A seis días de las elecciones del 11 de abril, lo único claro es que los dos candidatos que pasen a la segunda vuelta lo harán con un porcentaje muy bajo por la fragmentación del voto, lo que se verá reflejado en un Congreso con varias y diversas bancadas e incluso con subgrupos dentro de las bancadas que rápidamente migrarán hacia cualquier lugar.
El voto cruzado, la casi nula fidelidad partidaria y la poca lealtad de algunos de los candidatos a la presidencia con sus postulantes al Congreso, terminarán por diluir su liderazgo en los que salgan elegidos y sean finalmente nuestros flamantes congresistas.
Por eso, el manejo político, la capacidad de hacer alianzas parlamentarias y de gobierno, en algunos casos con los congresistas elegidos y en otros con los partidos más serios, será la prueba más difícil que el aspirante a presidente tendrá que llevar adelante. La parte fácil será ganar, el voto anti ha marcado la política en el Perú, pero no nos ha dado gobernabilidad.
¿Entonces todo está mal?
Creo que no, nadie lo aguanta, entendimos por fin que la política es importante. El COVID nos quitó la venda como país, por fin terminaremos con el discurso de los apolíticos que no se comprometen, y con los que, abrumados por sus egos y autoreferencia, pensaron que podían llegar sin equipo, sin cuadros, sin planes, sin sueños construidos en conjunto. Para ellos se termina el 11 de abril, cuando sean incapaces de recuperarse y culpen a todo lo que se mueve y al Perú; serán olvidados como todo lo intrascendente.
Están por supuesto los que quieren hacer política de verdad, en el tiempo, con sacrificio, con éxitos y fracasos, con planes, con cuadros, con proyectos, con buenos y malos resultados, esos seguirán y con ellos se podrá revertir el desprestigio de la política y de los políticos, con su ejemplo y compromiso.
Soy orgullosamente militante de un partido de los llamados tradicionales, asumo mi culpa estoicamente por lo que sea de lo que se nos acuse, pero creo que todos tendríamos que preguntarnos, ¿cómo llegamos hasta aquí?, que todo lo que no hicimos nos pese tanto que nos comprometamos con el Perú.
Vale la pena, claro que vale la pena, no debe terminar una sola vida más por callarnos frente a la corrupción y la ineptitud. Somos un pueblo que no se rinde y estoy segura que vamos a demostrarlo.
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