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Un sentimiento de igualdad
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Los jóvenes de siempre se afirman en la justicia, la igualdad y los derechos individuales, concedidos generosamente y, en cambio, los mayores, previas cicatrices, en paz, seguridad y reglas. Y ambos, con matices, apoyamos la libertad. Con ese telón de fondo, hice contrapeso a las posiciones de mi hija sobre las protestas y violencia raciales recientes en los Estados Unidos.
Más allá de la posición por la paz y el orden que tengo, debemos aceptar desde adentro que la discriminación perjudica a la sociedad o agobia significativamente el ejercicio de derechos fundamentales. Es falso creer que solo algunos necesitan igual protección de las leyes o que solo unos pocos tienen derecho a defensa contra la discriminación. El más rotundo cien por ciento tiene derecho a igualdad ante la ley porque ambos, discriminados y discriminadores de una sociedad, requieren cura y salud sociales.
En efecto, todos compartimos similares enfermedades del espíritu. La moral del protegido o la del separado son pasibles del mismo daño: la general enajenación de aquellos sentimientos de igualdad que hacen a las sociedades sanas y prósperas.
Así es. Las sociedades, como las personas, están ligadas, según Erickson, a “una específica lucha psicológica que fortalece su personalidad”. En ese contexto, la pedagogía de la igualdad ante la ley puede prevenir heridas y fortificar, en cada caso, personalidades de padres a hijos, de profesores a alumnos, de jueces a litigantes, de empresarios a obreros, de gobernantes a gobernados y viceversa.
La igual protección de las normas es, en un sentido amplio, el derecho a disfrutar de un general sentimiento de igualdad, de un bálsamo que se da y recibe en una sociedad.
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