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Una historia de piratas
“Desalmado, inescrupuloso y ambicioso”. ¿Estoy describiendo a un pirata? ¿O quizás estoy hablando de un congresista?
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La ‘República’ intenta, a duras penas, atravesar el océano. Busca llegar a buen puerto. Una tempestad zamaqueó por días a la fragata haciendo evidente los estragos dejados por décadas de travesías tormentosas. A su fragilidad estructural se han sumado mástiles rajados, velas desgarradas y perforaciones en su casco. Una plaga letal ha infectado a parte de la tripulación, que, cansada y hambrienta, enfrenta muchos males con pocos bienes. Invadida de marineros enfermos y los cuerpos de los fallecidos, en la ‘República’ reina el pesimismo y la desesperanza, anunciando un naufragio.
Cuando parece que las cosas no pueden empeorar, llega lo peor. La bajeza humana supera a las más terribles calamidades. Aparece un barco lleno de piratas. Toman por asalto la ‘República’. Capturan a su desprestigiado capitán y lo tiran por la borda. Asumen el control de la fragata, pero no para llevarla a buen puerto, sino para saquearla. Por eso se les llama piratas.
La desgracia ajena es para ellos una oportunidad. Poco les importa la enfermedad, la falta de provisiones, lo dañada que esté la nave. Su objetivo es saquear, no rescatar. Se comportan de manera consistente con su calaña.
Cuando todo parece perdido los más jóvenes de la tripulación se rebelan. Retan a los piratas. Los enfrentan y, a pesar de la desigualdad de armas, los doblegan. Los piratas pierden el control del barco. Hay bajas heroicas entre los jóvenes amotinados. Pero lejos de amedrentarlos, la profunda indignación robustece su valor.
Se nombra un nuevo capitán. Parece mejor que el que los piratas tiraron por la borda. Este último estaba rodeado de unas muy probablemente ciertas acusaciones de corrupción, sumadas a su evidente impericia para enfrentar las dificultades que retaban a la ‘República’.
Así son las historias de piratas. Están llenas de bajeza. De falta de escrúpulos. Pero también de valor, decisión y sacrificio. Lo malo es que en esas luchas el barco y el futuro de la tripulación quedan maltrechos.
Como los piratas asaltaron la ‘República’, el Congreso asaltó al país. El enfrentamiento, aunque necesario, nos debilitó. En circunstancias tan adversas, usar energías para combatir a tanto desalmado es, al final del día, un desperdicio de recursos ya escasos y, sobre todo, de vidas.
Al nuevo capitán no le corresponde armar un ‘plan de gobierno’. El barco no está para reformas mayores. Antes que un plan, el nuevo capitán tiene una misión: llevarnos a unas elecciones limpias, controlar la infección que diezma a la tripulación y mantener la economía del barco a flote, manejando con mucha cautela y eficiencia las escasas provisiones con que cuenta. Debe, además, recuperar el ánimo y la confianza de la tripulación que es, finalmente, quien llevará el barco a destino. Debe cumplir su misión sin caer en la tentación de cantos de sirena.
No es momento de proponer grandes cambios ni de proponer nuevas y riesgosas aventuras. No es fácil llegar a buen puerto. Toda distracción puede tener un precio muy alto.
Y, sobre todo, el capitán debe, con el apoyo de la tripulación, mantener a los piratas a raya. Aunque diezmados y desmoralizados, siguen impulsados por la ambición y el ánimo de revancha. Como piratas que son, no son nada confiables.
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