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Una historia del fin del mundo y una canción por Navidad
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El mundo se acabó por primera vez a las 6:30 p.m. A esa hora, a la pareja de trogloditas que miraban el horizonte se les iba el primer día y se les venía, literalmente, la noche. Con el tiempo aprenderían que la calma regresaba con el amanecer siguiente. Aprendieron también que no podían contra los rigores de la naturaleza, pero que sí podían mitigarlos. Aprendieron, por ejemplo, que el fuego alumbra y calienta la noche, que la cueva protege del viento y la lluvia y que, todos juntos, podemos cazar un mamut. Cada generación producía conocimiento, lo acumulaba y lo transfería a la generación siguiente. El lenguaje lo hacía posible. Yuval Harari, en De animales a dioses, explica que esa es la gran diferencia con las otras especies porque, sin lenguaje, el conocimiento que genera un animal muere con él, solo llega a transmitir el instinto de conservación. Así fue como los humanos dominamos la creación, acumulando ciencia y sapiencia, aplicándolas para mejorar.
Miles de años después, por estas tierras, también creí que llegaba el fin del mundo. Una noche el ministro de Economía dijo que Dios nos ayude, porque el dinero ya no valía nada y el precio de las cosas subió como nunca. La muerte era el hambre. Luego, un coche-bomba explotó en la calle Tarata y se llevó edificios y gente. El sufrimiento ya no era el de otros, sino el nuestro. La muerte era el terror. Luego, la economía pareció ordenarse y el dinero empezó a llegar para que dejáramos de ser un país pobre, pero lo malgastamos. La muerte fue derroche por corrupción. Este año llegó el virus y nos encontró sin equipos, sin hospitales y sin oxígeno. Mientras por aquí morían muchos más que en otros lados, consumimos tiempo en pleitos internos. La muerte fue nuestra desorganización. Hubo una vez en que creí que ya estaba todo acabado, fue cuando miles salían de Lima, peregrinando por caminos secundarios, cargando hijos y lo que les quedaba de esperanza. No huían del virus, sino del abandono. La muerte éramos nosotros mismos.
Si el dolor enseña, en el papel deberíamos haber aprendido muchísimo. Quizá cada quien ya lo sepa. La pregunta es por qué no aplicamos eso para mejorar lo que tenemos por sociedad y gobierno. No me diga que estamos así por las mafias vestidas de políticos, o por los terrucos o por los fachos. El fin del mundo no vendrá por la ira de Dios. Vendrá cuando dejemos de aplicar lo aprendido. Estas fiestas nos debemos recíprocamente el regalo de trabajar juntos por una vida mejor. Ese compromiso hará que estas sean unas felices navidades.
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