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Una vez más en las urnas
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Mañana, los españoles vuelven a votar. Serán las cuartas elecciones en cuatro años. El cansancio que siente la ciudadanía es imaginable. Porque todo parece indicar que el bloqueo persistirá. Precisamente, ahora, cuando es más necesario que nunca, contar con un Gobierno.
La situación en las calles de Cataluña está llegando a límites insostenibles. Pese a ello, el mensaje de los políticos no es claro. Sorprende Sánchez al decir que el problema catalán no es de independentismo –entonces, ¿qué es?–; y para solucionarlo propone el cambio de la normativa que rige la televisión pública (“para evitar los adoctrinamientos”). Como si eso resolviera, a estas alturas del partido, el tema.
En el último y único debate de los cinco aspirantes a gobernar, lo más llamativo fueron los silencios obstinados de Pedro Sánchez, quien no contestó ni una sola de las preguntas directas que se le hicieron. Y, por supuesto que la espada de Damocles que se cierne sobre la política española se llama “Cataluña”. Da igual que se hable de orden público, de igualdad o de medio ambiente: al final, se termina hablando de Cataluña.
Dicen las encuestas que el partido socialista baja en intención de votos; que los populares, pese a lo anodino de su líder, suben, y que la llamada extrema derecha –cuyo discurso aparentemente comedido sorprendió a los oponentes, incapaces de rebatirlo– puede convertirse en el tercer partido más votado. Pero también dicen que ni por la izquierda ni por la derecha se logrará alcanzar la mayoría absoluta.
En momentos de crisis, la ciudadanía rehúye de mensajes ambiguos y exige que no se la confunda. Una vez más conviene tomar nota de que gobernar no está al alcance de todos, menos de los mediocres.
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