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Su cielo es nuestro infierno
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Si bien estamos evolucionando políticamente (para bien o mal, ya lo veremos) desde empates hacia pluralidades altísimas, también hay una guerra eterna por quién tiene la razón. Soy una persona que reza todos los días en algún momento, creo en algo superior, creo en el amor espiritual que profesan las religiones. Pero ninguna puede estar por encima de los derechos. El que quiere tener la razón también suele creer que hay una sola manera de vivir. Y le teme a todo.
No queremos ser más un país que tributa a la iglesia católica como si se tratara de una monarquía a la cual mantener y obedecer. Lo que digan los representantes de Dios, de cara a las decisiones políticas, es irrelevante. La Biblia no es nuestra Constitución, ni el antiguo ni el nuevo testamento. Eliminemos la arbitraria costumbre de jurar en nombre de Dios cuando se asume un cargo público, lo mismo que la frase “que rendimos al Dios de Jacob” del himno nacional. Necesitamos el curso de historia de las religiones en las escuelas públicas, pero el Minedu obliga a impartir la católica. Eso es discriminación.
Da lo mismo qué testamento lean y lo que supuestamente opina Dios sobre la diversidad sexual. Yo también podría decir que he hablado con “Él” y me ha dicho que el enfoque de género es indispensable, que todos somos sus hijos, que ama a homosexuales, transgénero, bisexuales, que el aborto es un derecho, etc. ¿No lo puedo probar? Exactamente. Tampoco ustedes. No obliguen a las mujeres a traer hijos al mundo y más bien repartan condones y pastillas del día siguiente. No están aquí para machacar en nombre de dioses castigadores que quizás no existan y, aunque existieran, claramente no aparecen cuando se trata de detener un incendio o una violación. No sean hipócritas. Mentir no es un derecho.
Tampoco nos importa qué es lo que quieren sus líderes, ni los reales ni los imaginarios. No es por ellos que hemos votado. No es a ellos a quienes tendremos que pagarles el chofer, la seguridad, los viajes y un sueldo anual cero chihuán para vivir sentados pidiendo café, discutiendo, chateando, tuiteando lo que les conviene. La gente ha ido a votar en orden, pero cansada de pasarse la vida en coyuntura electoral. Todos tenemos que trabajar para sobrevivir y no se nos ocurre responder con nuestras creencias a quienes nos eligen para servirlos, menos si tienen que pagar nuestros honorarios. Para todo lo demás existen las oraciones.
El Perú está lleno de leyes inútiles, pobres, poco interiorizadas por quienes las hacen cumplir, que se repiten a lo largo y ancho, y todas nacen del miedo y el prejuicio.
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