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Los vampiros

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Mi hermana llega de Lima con regalos para Zoe, que la adora, medicamentos para mí y chismes hirvientes de la familia.

La recibimos con gran cariño y nos pone al día de la revoltosa actualidad familiar. Téngase en cuenta que somos diez hermanos y naturalmente hay bandos, facciones, querellas, enconos.

La historia comienza así. Mi madre hereda dinero de su hermano. Presionada por sus diez hijos, algunos de ellos al borde de la quiebra o ya quebrados y desempleados, reparte una porción considerable de ese dinero entre ellos. Luego comienza el juego, cómo cada hijo cuida o arriesga su plata.

La mayor se compra una casa en Máncora, se muda con su esposo pintor y sus dos hijos y es feliz. Un amigo financista le maneja el dinero y le da buenos dividendos. Irónicamente, ella, que no sabe nada de plata, hace las cosas bien y gana consistentemente y se da la gran vida en Máncora (de vez en cuando la atropella un camión montando en bicicleta, fuera de eso no hay novedades).

Mi otra hermana, que ha venido a visitarnos, entra a jugar en la bolsa con la determinación de duplicar o triplicar su capital. No es prudente. Es en extremo arriesgada. Quiere ganar mucho y pronto. Tiene algunos días buenos (y las ganancias las dilapida en grandes viajes), pero en general su política agresiva de inversiones la lleva a la quiebra. Pierde varios millones. Se queda con nada. En ese momento le pide a mi madre un adelanto de herencia más. Algunos de mis hermanos, con saña incomprensible, se oponen acaloradamente. Mi madre quisiera darle la plata, porque se lleva muy bien con su hija, que la hace reír tanto en sus viajes, pero ciertos hermanos montan un escándalo y boicotean la operación, sobre todo el menor, que ha sido nombrado tesorero de la familia, y el que tiene asiento de director en la minera; entre ambos operan en equipo y sabotean el rescate financiero y dejan a mi hermana en la quiebra. Ella, indomable, hipoteca su departamento y sigue jugando en la bolsa. Esperemos que le vaya bien. Me dice que ahora es prudente y que está ganando.

Yo, que había sido expresamente desheredado por el tío rico, pero que terminé heredando gracias a la generosidad de mi madre, que corrigió el agravio y no quiso hacerme un desaire, saco mi plata fuera del Perú y la dejo reposando en bancos de inversión. No sé jugar en la bolsa y prefiero ser conservador y obtener un pequeño beneficio anual, pero saber que la plata está a buen recaudo. Me da tranquilidad porque cuando trabajas en televisión nunca sabes cuándo se va a terminar la carrera y te van a echar. Y estoy tentado de tomarme un sabático el próximo año que cumplo cincuenta.

El siguiente de mis hermanos es atleta, maratonista, nadador, buena gente, y se pasa la vida viajando por el mundo de maratón en maratón, pero desde niño fue muy austero y cuida su plata con celo y si viaja es en económica y buscando siempre un hotel a buen precio. Es sin duda el más cuidadoso con su dinero, no es dispendioso para nada, y entonces le va bien, ni demasiado bien ni demasiado mal, pero yo creo que es feliz, y lo merece, porque se dedica a lo que más le gusta, que es viajar para correr maratones en distintas ciudades del mundo. Está en espléndida forma, no tiene un gramo de grasa, parece veinte años menor que yo, y solo le llevo cuatro, y cuando éramos niños gozábamos jugando al fútbol.

Viene luego el ingeniero, el agricultor. Le va bien. Exporta paltas. Es trabajador. No ha querido vender sus acciones en la minera esperando a que suban. Es el único que no ha vendido. Podría decirse que es el más conservador, pero yo creo que es el más arriesgado porque apuesta a que en cinco años las acciones valdrán el doble y no le interesa tener la plata en efectivo. Todos saltamos del barco, menos él.

Luego viene un hermano recio, risueño, divertido, que suele ser el animador de la fiesta, es realmente ocurrente e ingenioso. Este hermano jugó rápidamente sus fichas y consiguió que mi madre lo nombrase en el directorio de la minera en representación suya y le pagase un dinero mensual, que mi hermana de visita asegura que son tres mil dólares mensuales más las dietas y otros privilegios por ser director.

Para no quedarse corto, el menor de los hermanos se hizo nombrar tesorero, se aseguró un sueldo de tres mil dólares y tomó absoluto control sobre el dinero de mi madre, alegando que había sacado una maestría de Negocios en los Estados Unidos. Jactancioso, me dijo que me haría ganar dinero en la bolsa gracias a una fórmula infalible que había diseñado. Me hizo perder cuatrocientos mil dólares en un año, dinero que mi madre, una santa, tuvo que darme para evitar conflictos mayores.

Lo que cuenta mi hermana de visita, y desde luego yo le creo, es que uno de mis hermanos –en mi opinión, el más serio y trabajador, el más confiable, que no vive vampirizando económicamente a mi madre– descubrió que la cuenta que tenía mi madre con estos dos hermanos, el dandy tesorero y el súbito experto minero, les permitía a ellos, a sola firma, sin la firma de mi madre, retirar dinero, lo que quisieran, y en efecto habían retirado no sus modestos tres mil dólares al mes, sino que habían retirado cantidades escandalosas, treinta mil, cincuenta mil, setenta mil dólares, sin que mi madre, que estaba en Jerusalén, Belén y Nazareth, se enterase de nada. O sea, los tesoreros, ávidos de dinero, estaban desfalcando a mamá, saqueándola sin delicadezas ni culpas, y luego, cuando le reportaban los estados mensuales, le dibujaban los números y mamá, santa, lo creía todo.

Esta es la versión de mi hermana y puede que sea exagerada o no del todo cierta. Pero ella, comprensiblemente herida porque no la salvaron de la quiebra estos talibanes financieros, humillada porque dejó de tener acceso al dinero de mi madre –que según sus detractores había gastado irresponsablemente–, ahora quiere revancha y exige con toda razón que mi madre no sea tan cándida y ella misma controle su dinero, ella y nadie más, ella y ningún hijo pícaro, avispado, que va por la ciudad presumiendo ser millonario cuando está quebrado y es mi madre quien tiene que pagar los avales para que no le quiten al fanfarrón el departamento de lujo que pagó.