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Venganza, autodefensa, etc.
“Ruego para que mi hija adolescente no deje nunca sus clases de box tailandés, ojalá llegue a nivel competitivo, que se note a simple vista que sabe defenderse”.
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Estoy viajando entre Amazonas y San Martín, siguiéndole la huella al café de un proyecto sostenible a cargo de una organización sin fines de lucro dedicada a la conservación, y al cacao de una empresa privada con fines de lucro, dedicada a la exportación. La primera conserva el árbol en pie y la segunda no, pero ambas generan empleo y desarrollo, cada cual a su manera.
Todo lo que he visto me ha dejado sorprendida y esperanzada. La conexión en algunas zonas ha sido poca o nula porque son lugares muy metidos, selva adentro. Eso me ha tenido más enfocada en voces, caras e historias, pues solo saco el celular para hacerles fotos. Hasta ahí, lo que sentí no está influido por lo que he leído en las redes, para bien o para mal. Ni por un exceso de expectativa o prejuicio, porque he vivido en esta región, trabajando para una organización jesuita dedicada al desarrollo agropecuario, y he visto de cerca, incluso, el cultivo del cacao de hombres y mujeres de la etnia awajun. Y ciertamente durante todos los años que viví por aquí me sentí sorprendida y esperanzada, de modo que esto tampoco es novedad. En estos lugares la gente anda contenta, suele reírse y no se acompleja por pretendidas jerarquías, se sabe igual. Dice la leyenda que, durante la conquista del Perú, a un hombre blanco que intentó esclavizar a un grupo de indígenas de la selva norte, explotándolos para sacar oro, lo mataron haciéndole tragar todo su metal precioso. Literalmente, dicen que lo hicieron comerse su oro hasta morir. No son timoratos ante la venganza, he conocido gente que la considera un valor. Lo cierto es que hoy, 20 años después de ir y venir de distintos pueblos amazónicos, puedo decir que el país está desarrollándose en muchos lugares que solían ser muy pobres, con oportunidades de trabajo cuantiosas.
Mientras termino de escribir esto, ya estoy camino al aeropuerto para volver a Lima, en la moderna Tarapoto, con un nivel alto de gastronomía y turismo, con universidades buenas, una ciudad que crece con cierto orden y estética.
Y que, como toda ciudad, invita a reconectar. Entonces empiezo a volver a las redes y veo a miles de personas indignadas con todo tipo de crímenes contra las mujeres. Pero después de todo lo que he visto, me niego a la sensación de que este país es una mierda y pongo todo de mi parte para no caer en ese bajón. Solo ruego para que mi hija adolescente no deje nunca sus clases de box tailandés, ojalá llegue a nivel competitivo, que se note a simple vista que sabe defenderse. No estamos para sutilezas. Disculpen.
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