Desde niños veneramos el valor humano de Grau y resuena como eco eterno la frase inmortalizada por los chilenos caídos ante su grandeza. ¡Viva el Perú generoso!
Pero esta frase parece haber percolado más allá de ese hecho histórico y ha sufrido alteraciones con el paso del tiempo. ¿Los peruanos somos generosos? En fácil y rápido diría que sí lo somos. Todo nuestro quehacer siempre está bañado de esa generosidad a la peruana. A todo le pedimos y le ponemos una yapa. Cómo será que hasta un aplicativo de una billetera digital lleva por nombre un derivado del término yapa.
Fuimos generosos también con Brasil, Bolivia, Colombia y Ecuador, ante quienes cedimos territorios e incalculables fuentes de riqueza, casi como quien no quiere la cosa.
Esta generosidad peruana no se extiende solo a nuestros vecinos o ante hechos que así lo demanden, sino que la aplicamos a lo que se nos ocurra. Por ejemplo, en un periodo de unos 20 años hemos regalado más de S/37 mil millones al petróleo.
En efecto, pese a no necesitarlo, al producto más cotizado y utilizado (y al más rentable) le hemos regalado esa friolera, entre subsidios disfrazados de fondos de estabilización de los combustibles y a ese remedo de empresa llamada Petroperú; malgastando fondos que debieron haber servido para educar, curar o nutrir a nuestra gente.
Hacemos lo mismo con empresas eléctricas que nos vendieron el cuento del aire puro, y a cambio reciben la generosa yapa del pueblo de más de 6 mil millones (sin que a nadie le llame la atención). Están también los más de 26 mil millones que las empresas públicas dilapidaron en los funestos años 70 y 80; sin contar, los miles de millones que aún perdemos en proyectos innecesarios, corrupción o burocracia. ¡Qué importa! Pobres pero generosos.
Y si mejor nos quedamos solo con el famoso ¡Viva el Perú!, y dejamos a generoso reposar en la historia.
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