Esta semana ha sido muy dura para nuestra capital. Además de que, desde la Municipalidad de Lima, plantean absurdas obras viales como los “flyovers”, que solo demuestran su cero criterio e inteligencia urbana, parece que la capital sucumbe a los horrores de la inseguridad. Desde que empezamos a hacer las encuestas anuales de Lima Cómo Vamos, la inseguridad ciudadana siempre ha sido el principal problema para limeños y limeñas. Siempre superando largamente al segundo problema urbano (usualmente —aunque sorprendentemente no siempre— el transporte público).
Sin embargo, además de que delincuentes en moto nos arranquen nuestros celulares de la mano –situación que sería culpa de quienes tienen celulares caros, según algún trasnochado alcalde—, negocios en todos lados reciban amenazas de explosión por no pagar cupos y se asesine a personas en centros comerciales, bares y comercios, ahora nos encontramos aún frente a más violencia.
Ahora un nuevo miedo se ha desbloqueado en los usuarios del transporte público, donde ya no solo debes cuidarte de no morir atropellado, que te bolsiqueen y se lleven tus pertenecías, o —si eres mujer— prevenir para que no te manoseen: que te caiga una bala perdida mientras viajas hacia casa regresando del trabajo.
Los ataques a choferes de transporte público —mientras transportan pasajeros— son algo que no se ha vivido en nuestra ciudad. Según los medios de comunicación, habrían ocurrido cuatro ataques similares en la semana, algunos de ellos sin conocimiento previo de amenazas por parte de los delincuentes.
No solo este gobierno es incapaz de gestionar medidas de prevención de seguridad, sino que vemos cómo no puede ejercer control para capturar a delincuentes y, más bien, estos acaban con la vida de los policías. La puesta en libertad de muchos delincuentes, gracias a la inconstitucional norma que habrían diseñado en el Congreso para beneficiar a nuestro exdictador Fujimori y secuaces, ha traído consigo el retorno a las canchas de asesinos, extorsionadores y secuestradores… como si no fuera suficiente con los que ya se encontraban en libertad. Una vergüenza.
Mientras esto pasa, la ciudadanía —cada vez más asustada y nerviosa— se refugia en casa, la piensa dos veces antes de salir a la calle, evita ir a lugares públicos y, por lo tanto, deja de gastar el poco dinero que aún tiene, deprimiendo más la economía. Y así seguiremos, ¿no? Pues parece que ya perdimos nuestra ciudad.