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Colección del Bicentenario 200 años de la Economía en el Perú: La historia nos deja lecciones

“¿Para qué hemos conquistado la independencia? Para desarrollar hacia el máximo las posibilidades de este suelo y para dar una vida lo mejor posible al hombre peruano”. Jorge Basadre, La promesa de la vida peruana (1943).

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En los últimos años, pensar en el advenimiento del Bicentenario de la Independencia del Perú lle­vó a coincidir en diferentes ámbi­tos en que, más que fechas de actos fes­tivos, era la ocasión para una necesaria reflexión sobre lo desarrollado en estos dos siglos de República, el estado en que nos encontraría la conmemoración y ver qué es lo necesario para el futuro de la nación.
Es en ese escenario que Perú21 se propuso hacer un aporte a la construc­ción de ciudadanía y toma de concien­cia de nuestros recursos y potencial: repasar la historia de nuestro Perú, pero desde un punto de vista tantas veces olvidado como es el económico, de una manera ágil y cercana a todos. Así fue como surgió 200 años de econo­mía en el Perú – Aprendiendo de noso­tros mismos, que les ofrece a nuestros lectores un repaso por los principales he­chos relacionados con el devenir econó­mico del país, desde su Independencia, en 1821, hasta la crisis por la pandemia con la que nos ha tocado recibir el Bicentenario. Guerras, prolongadas crisis económicas internas y externas, golpes de Estado, mi­graciones masivas del campo a la ciudad, una reforma agraria para mal, reformas positivas en la minería, años de hiperin­flación, terrorismo, corrupción, tiempos de democracia estable, bonanza econó­mica y minería, un boom gastronómico y otro agroexportador, una pandemia e incertidumbre. Todo esto ha sido parte de innumerables sucesos del bicentenario de vida republicana que ha cumplido el Perú en julio de 2021.
Los inicios de la República estuvieron marcados por años de austeridad y deu­das que fueron consecuencia del ingente gasto en que se debió incurrir para cos­tear la guerra que le permitiría al Perú desvincularse definitivamente de Espa­ña, un reino que había entrado a su vez en una crisis que prestaba entonces poca atención al presupuesto de este lado de América, lo que hizo que prendiera rápi­do la prédica independentista, aun cuan­do la sociedad peruana estaba dividida entre aquellos que estaban a favor de esta y aquellos que no, proceso que re­cién pudo ser consolidado en 1826, con onerosos costos para la recién nacida república. Fue el precio de la desunión.
Pocas décadas después, ya en la se­gunda mitad del siglo XIX, las arcas del Estado recuperarían vigor por la llama­da era del guano y los recursos que este aportaría al país mediante su expor­tación a países de Europa. No obstan­te, como en todo tiempo de bonanza, habría cuestionables pasajes y uno en particular sería el del contrato entre el Estado y la casa comercial del francés Augusto Dreyfus, que se hizo cargo de la explotación exclusiva de este fertilizan­te y que, además, se encargó de otorgar financiamiento al país por medio de empréstitos, como adelantos de pago por lo extraído, pero aplicando intereses nada favorables para el país. Hubo in­versiones a las que se le sacó provecho, como el despliegue de ferrocarriles. Sin embargo, mucha de la infraestructura que se había construido pereció luego ante la devastación y crisis que trajo la Guerra con Chile entre 1879 y 1884, un conflicto generado por la codicia del demandado salitre de esa época. La falta de previsión a nivel militar, la carencia de visión estratégica como país por parte de la clase política y la insufi­ciente unidad como peruanos jugó en contra del Perú y quienes lo habitaban.
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Los peruanos perdimos ante Chile que tomó los territorios del salitre, que se esperaba que reemplazara al gua­no como fuente de ingresos; arrebató Tacna temporalmente hasta 1929, se llevó Arica de forma definitiva, inva­dió y tomó Lima, quemó las entonces afamadas y muy productivas hacien­das azucareras y destruyó infraestruc­tura ferroviaria que tanto le había costado construir al país. Así, el Perú sufrió la ocupación y la devastación. La recuperación de la guerra le tomó más de una década al país, con años de crecimiento económico y otros de caí­das, sucediéndose estos de forma casi intercalada hasta el inicio del último quinquenio del siglo XIX, constituyen­do, hasta antes de la pandemia, la peor crisis que le había tocado vivir al Perú. Los peruanos debemos entender que aprender de nuestro pasado es funda­mental para no repetir errores y, de ese modo, evitar el intervencionismo esta­tal, el gasto fiscal desmedido sin equi­librio fiscal alguno, el populismo y las medidas facilistas con las que se puede engañar a los pueblos produciendo, a la larga, graves daños de los cuales se tarda demasiado en recuperar.
La ligereza de recurrir a medidas para pretender contentar a la ciudadanía, usualmente la menos favorecida, ha sido una de las taras que ha arrastrado al país al borde del abismo; fueron vi­siones cortoplacistas que no medían la repercusión en las vidas de aquellos a los que, alegaban, se buscaba beneficiar y que el Perú no debe tolerar nunca más. Pero también aprendemos del ayer para valorar lo que esta tierra variada y pró­diga en recursos nos ofrece y que debe­mos aprovechar de manera responsable y sostenible, pensando en nuestro desa­rrollo y las generaciones que nos siguen.
El Perú es rico en minerales; su ex­traordinaria geografía y yacimientos le han permitido posicionarse entre los principales países mineros, siendo el segundo productor mundial de cobre, plata y zinc. Tiene un mar rico en es­pecies marinas como la anchoveta, lo que hace que seamos el primer produc­tor en el mundo de harina de pescado. La variedad de sus tierras y el ingenio que ha permitido ganar terreno al de­sierto inunda nuestras mesas, pero también nuestras exportaciones, de va­riados frutos apreciados en el planeta. Dado el contexto crítico en que nos en­cuentra el Bicentenario, gobernantes y gobernados hemos de ser conscien­tes de que el Perú cumple sus doscien­tos años de vida independiente luego de que su economía cayera 11.12% en 2020, su peor desempeño en treinta años debido a las restricciones y cierre de fronteras por la pandemia del CO­VID-19. Y aunque llegaba a julio de 2021 aferrándose a una inicial recuperación económica, esta se vio afectada por un clima político y social polarizado y la incertidumbre ante un nuevo gobierno, el de Pedro Castillo, con una propuesta radical de izquierda que plantea cam­bios drásticos y retornos a medidas ana­crónicas y nefastas que en el Perú ya se han visto en la dictadura militar del ge­neral Juan Velasco Alvarado o el primer gobierno aprista de Alan García (1985- 1990), que implicarían el abandono del modelo económico seguido desde 1993, el cual ha permitido importantes inver­siones y crecimiento. Este ha sido uno de los periodos de mayor estabilidad de la historia republicana; permitió que entre 2007 y 2017 se redujera la pobreza en 50%, logrando que el porcentaje de peruanos en esta condición bajara del 55% de la población a 22%.
Es en estas circunstancias cuando parece que el necesario diálogo luce ausente y ciertas necedades pretenden imponerse, que estas palabras del his­toriador Jorge Basadre deberían resonar para todos: “Los podridos han prostitui­do y prostituyen palabras, conceptos, hechos e instituciones al servicio de sus medros, de sus granjerías, de sus instintos y apasionamientos. Los conge­lados se han encerrado dentro de ellos mismos, no miran sino a quienes son sus iguales y a quienes son sus depen­dientes, considerando que nada más existe. Los incendiados se queman sin iluminar, se agitan sin construir. Los podridos han hecho y hacen todo lo po­sible para que este país sea una charca; los congelados lo ven como un páramo; y los incendiados quisieran prender ex­plosivos y verter venenos para que surja una gigantesca fogata. Toda la clave del futuro está allí: que el Perú escape del peligro de no ser sino una charca, de volverse un páramo o de convertirse en una gigantesca fogata. Que el Perú no se pierda por la obra o la inacción de los peruanos”. Entonces, saltemos las char­cas, abandonemos los páramos y apa­guemos las hogueras. Construyamos el Perú. Aprendamos de nosotros mismos.
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