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La inclusión: un asunto de salud pública
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Silvia Martins, directora de la práctica de salud de BCW Perú
La discriminación de las personas LGBTIQ+ pone en riesgo su salud física y mental. Eso es un hecho. Estudios realizados en países distintos y en momentos diferentes llegan a las mismas conclusiones: debido al rechazo, aislamiento y acoso del que son víctimas, tienen tasas mucho más altas de ansiedad, depresión y abuso de sustancias, y son hasta cuatro veces más propensos al suicidio que la población general, especialmente los jóvenes. En el caso de Perú, un estudio del INEI demostró que más del 63% de los encuestados había sido víctima de algún acto de discriminación o violencia.
Y, además, al menos uno de cada seis adultos LGBTIQ+ retrasa o evita la búsqueda de atención médica por discriminación anticipada, es decir, por temor a ser maltratado, rechazado o acosado, o a que se le niegue la ayuda que requiere.
Aunque se trata de un tema complejo, en cuya solución deben contemplarse múltiples variables, las investigaciones realizadas al respecto coinciden en que una comunicación inclusiva resulta determinante para lograr que las personas LGBTI se sientan bienvenidas en los centros de salud, y acudan con confianza y tranquilidad a sus chequeos médicos.
Por tanto, es mucho lo que pueden hacer los prestadores de salud para contribuir a mejorar el bienestar de la comunidad:
1. Naturalizar la conversación. Una de las mejores maneras de combatir la estigmatización en los centros médicos es abordando proactiva, positiva y abiertamente las diferencias, y entendiendo que la orientación, la identidad y la expresión de las características sexuales son distintas en cada persona y que pueden variar a lo largo de la vida.
2. Evitar las suposiciones. Se recomienda consultar a las personas el modo y el pronombre con los que prefieren ser nombradas, usando preguntas abiertas que no asuman la orientación sexual o la identidad de género, sino que den cabida a todas las posibilidades, sin juzgar negativamente ninguna de ellas.
3. Respetar la privacidad. Los usuarios de los servicios de salud deben poder decidir si quieren o no mencionar su identidad de género u orientación sexual sin que ello afecte de forma alguna el modo en que son tratados por el personal a cargo de su atención. Además, deben tener la certeza de que la información personal que revelen como parte de su historia clínica será estrictamente confidencial.
4. Utilizar un lenguaje correcto e inclusivo. Es importante que se emplee la terminología apropiada y que la comunicación sea respetuosa y libre de estereotipos. Un error común es distinguir, por ejemplo, a las personas LGBTIQ+ de las “normales” o denominar “homosexuales” a quienes se consideran gays o lesbianas. También es una práctica extendida el uso de comillas, cursivas u otros elementos para diferenciar a las personas no heterosexuales.
5. Sensibilizar. La desinformación es una de las grandes barreras para que la sociedad en su conjunto comprenda las inequidades a las que están expuestas las minorías y trabaje en mecanismos reales de inclusión. Por ello la educación y las campañas de concientización tienen un rol esencial en la comprensión de las diferencias, la construcción de relaciones basadas en el respeto y la empatía, y la reducción del estigma.
Transformar la comunicación para se convierta en un catalizador del respeto y la equidad puede resultar arduo al principio. Sin embargo, si tomamos en cuenta que entre el 8% y el 20% de la población se identifica como no heterosexual, bien vale la pena trabajar para impulsar cambios que faciliten el acceso a los servicios de salud y que incidan en mayor bienestar y calidad de vida para todas las personas.
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