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Relato de un voluntario que recibió la vacuna del laboratorio chino Sinopharm [VIDEOS]
Soy el voluntario número 6,514 de la vacuna candidata desarrollada por el laboratorio chino Sinopharm para prevenir el COVID-19. No sé si me han inyectado la cepa de Beijing, la de Wuhan o el placebo (solo un suero).
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Ensayos clínicos de la vacuna candidata Sinopharm en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. (Foto: Joel Alonzo)
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Ensayos clínicos de la vacuna candidata Sinopharm en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. (Foto: Joel Alonzo)
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Ensayos clínicos de la vacuna candidata Sinopharm en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. (Foto: Joel Alonzo)
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Ensayos clínicos de la vacuna candidata Sinopharm en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. (Foto: Joel Alonzo)
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Ensayos clínicos de la vacuna candidata Sinopharm en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. (Foto: Joel Alonzo)
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Ensayos clínicos de la vacuna candidata Sinopharm en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. (Foto: Joel Alonzo)
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Ensayos clínicos de la vacuna candidata Sinopharm en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. (Foto: Joel Alonzo)
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Ensayos clínicos de la vacuna candidata Sinopharm en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. (Foto: Joel Alonzo)
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Ensayos clínicos de la vacuna candidata Sinopharm en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. (Foto: Joel Alonzo)
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Ensayos clínicos de la vacuna candidata Sinopharm en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. (Foto: Joel Alonzo)
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Ensayos clínicos de la vacuna candidata Sinopharm en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. (Foto: Joel Alonzo)
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Ensayos clínicos de la vacuna candidata Sinopharm en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. (Foto: Joel Alonzo)
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Ensayos clínicos de la vacuna candidata Sinopharm en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. (Foto: Joel Alonzo)
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Ensayos clínicos de la vacuna candidata Sinopharm en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. (Foto: Joel Alonzo)
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Ensayos clínicos de la vacuna candidata Sinopharm en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. (Foto: Joel Alonzo)
Fecha Actualización
ESTA NOTA FUE ACTUALIZADA tras el anuncio del presidente Sagasti de la compra de vacunas Sinopharm, las cuales llegan este mes.
NOTA ORIGINAL
Soy el voluntario número 6,514 de la vacuna candidata desarrollada por el laboratorio chino Sinopharm para prevenir el COVID-19. No sé si me han inyectado la cepa de Beijing, la de Wuhan o el placebo (solo un suero). Lo cierto es que hay una sustancia dentro de mi cuerpo que ha viajado desde China para ser inoculada en –por lo menos– otros 60 mil seres humanos, de los cuales 12 mil estamos en Perú.
El 19 de octubre me hincaron el hombro izquierdo. “Respira hondo cuando diga ‘listo’”, me instruyeron segundos antes, mientras agitaban un pequeño contenedor de plástico con una aguja del tamaño de un falange. “¡LISTO!”. Sentí el pinchazo seguido de un ardor en el deltoide.
Me llevaron a una sala de observación donde estuve 30 minutos al lado de otros voluntarios como un venezolano levantador de cadáveres, una bióloga del penal de Lurigancho, una anciana que necesitaba ayudaba para caminar, un chino que a penas balbuceaba el español. Decenas de adultos de todas las edades que somos parte del segundo grupo de 6 mil voluntarios.
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En mi caso, hoy es el día número 14 desde que me aplicaron la inyección y solo he sentido un dolor en el hombro que se fue atenuando en los primeros tres días. Hasta el momento, no he tenido fiebre, dolor de cabeza, náuseas, dificultad para respirar, reacciones alérgicas, estreñimiento ni fatiga, que son algunos de los efectos adversos que podría ocasionar el fármaco. El 9 de noviembre debo regresar para mi segunda dosis y el próximo año tendré mis primeros exámenes para saber si funciona la inmunización.
Esta vacuna candidata –hasta ahora– no ha ocasionado ninguna complicación grave en seres humanos, lo que me llena de optimismo, pues parece que estamos un poquito más cerca de superar este mortífero pasaje de la humanidad, parece que me falta menos tiempo para viajar a abrazar a mi mamá y al resto de mi familia, que podremos disfrutar de los mismos gestos de amor que antes.
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EL PROCESO
El 15 de octubre, la Universidad Cayetano Heredia y la Universidad San Marcos abrieron una convocatoria complementaria de voluntarios dirigida a aquellos que por su trabajo están más expuestos al contacto con otra gente (puede inscribirse aquí).
Todos los que nos inscribimos fue vía web, leímos el consentimiento informado y, luego, respondimos un formulario para demostrar que comprendíamos los riesgos. El fin de semana previo a la inyección trabajé como de costumbre y un día antes de la cita le escribí por WhatsApp a mi madre para contarle lo que estaba haciendo. “Interesante, me gustaría ser una de las seleccionadas, pero creo que no reúno los requisitos. Ojalá que no te toque el placebo”, me tranquilizó.
El lunes llegué a las 12:50 a la UPCH y había una cola enorme. Mi cita era a la 1:00 p.m., por eso esperaba que me dejaran pasar, pero la persona que controlaba el ingreso me informó que todos en la fila eran voluntarios.
Cuando finalmente llegó mi turno, alrededor de las 4:00 p.m., me acerqué a un médico que me aclaró todos los detalles del proceso, me puso un termómetro de mercurio, me midió la talla, el peso, la presión y luego firmé el consentimiento. A mi lado, una señora fue descartada debido a su presión alta.
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Después, fui a una zona con un concierto de alarmas que sonaban cada 15 minutos para avisar que los resultados de las pruebas serológicas para descartar el COVID-19 ya estaban listos. Tras mi resultado negativo, pasé a un consultorio médico. En el caso de las mujeres, antes debían pasar una prueba de embarazo, pues la gestación es una razón para ser excluidas.
La médico que me atendió me auscultó los signos vitales, la capacidad de respiración, el estómago y el cuello, me interrogó sobre mis antecedentes clínicos. Luego me enviaron a otro consultorio donde un médico del Minsa hizo unas preguntas muy similares y oficializó mi participación como voluntario. “Bienvenido”, dijo.
El siguiente paso fue la prueba molecular. Me introdujeron un largo hisopo por una fosa nasal hasta la pared de la faringe, le dieron un par de giros y lo retiraron para repetir la operación en mi otra fosa. Después, pasé a una habitación donde me pidieron que me quite el abrigo y descubra mi brazo. Empecé a desabotonarme la camisa, pero la profesional que iba sacando sus agujas me detuvo. “Solo el antebrazo. Te voy a sacar sangre”, indicó. Tres pomitos de sangre después, finalmente me inyectaron.
Durante todo el proceso conté unos 70 colaboradores trabajando en el experimento, unos se dedicaban a llevarnos de un punto a otro, sacaban copias, nos atendían en módulos, nos hacían exámenes… todo un ensamblaje de personas para que ese laboratorio no deje de fluir desde las 8:00 de la mañana hasta que ya no queden voluntarios.
¿Sentí miedo? Claro que sí, pero más fuerte es tener la posibilidad de estar protegido ante el virus, formar parte de la historia y la confianza en la ciencia. Todos los voluntarios estábamos ahí por algo y por alguien, por nosotros y por los otros. Hay miles en todo el mundo poniendo su propio cuerpo para ayudar a superar esta crisis que nos ha hecho ser más conscientes de nuestra finitud, de lo azaroso y frágil de la vida, y nos ha hecho cuestionar la radical individualidad en la que vivimos, pues ahora la única forma de cuidarnos es hacerlo juntos.
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