Por: Álvaro Rocha
Fotos: Turismo/Municipalidad de Lámud
Quiocta: Luces y sombras
El tiempo ya no transcurre. Parece gotear por mis dedos aferrados a la baranda de metal mientras me adentro en este inframundo jurásico, tan diferente al instalado en mis recuerdos. Hace 20 años, cuando ingresé por primera vez a Quiocta, la situación era diametralmente distinta. La oscuridad era absoluta; apenas distinguíamos el entorno en esta amplía caverna, con ayuda de débiles linternas de mano.
Y, aunque embarrados hasta el tobillo, mientras decenas de murciélagos aleteaban sobre nuestras cabezas, logramos advertir fabulosas estructuras, que se alzaban hasta rozar la cúpula de esta catedral de piedra, que se empezó a formar cuando los dinosaurios todavía eran los amos de este planeta.
Ahora, a diferencia de mis reminiscencias fantasmagóricas de hace dos décadas, la visita a Quiocta me pareció más a un juego de niños, como disneylandizado, solo que real.
MIRA: Todo sobre los Premios Summum 2024, el gran reconocimiento a la mejor gastronomía peruana
Transitamos por una plataforma elevada, evitando el contacto con el lodoso suelo, y pudimos recorrer los 525 metros de Quiocta, y, al mismo tiempo, admirar –gracias a un sistema lumínico que así lo permite– la textura y el asombroso color de las paredes que cobijan sus impresionantes formaciones geológicas, como la columna más voluminosa de toda la cueva (2.5 metros de diámetro por 7 de altura), que semeja un sabio pensativo.
Luego asoma una inusual y esbelta estalagmita que supera los 5 metros y a los que los guías llaman el Lanzón de los Chillaos, por una etnia precolombina que fue parte de la nación chachapoya. Hay otras, muchas, esculturas calcáreas, impresionantes todas, para detallar en este artículo, pero es imposible pasar por alto a la más sorprendente de todas. Se erige al final de la pasarela, y es punto obligatorio para los selfies, pues allí se levanta, cual montaña cónica, una soberbia estalagmita que se estira 9 metros sobre el suelo, cuya punta casi toca el techo y está rodeada de estalactitas que parecen hacerle reverencias, creando una atmósfera alucinante.
Para el experto francés Olivier Fabre, PhD en arqueología prehispánica, quién desde el 2003 ha explorado numerosas cuevas en nuestro país, como miembro del Instituto para Investigación del Desarrollo (IRD, por sus denominación en inglés), hay un problemilla con esta puesta en valor de Quiocta, aunque no deja de reconocer que dinamizará el turismo en la zona.
“El 2017 –cuenta Fabre– elaboramos un expediente técnico para la iluminación de Quiocta y trajimos a un especialista top en el mundo para este propósito. En nuestras conclusiones, sugerimos que se instalaran luces inteligentes (focos smart) que se prendieran cuando pase la gente y que estén incrustados en las paredes de la caverna, iluminando de abajo hacia arriba para destacar las estructuras geológicas, y poner incluso música para crear una atmósfera que haga sentir al turista que entra a un universo mágico”.
Yendo al fondo del asunto, Fabre continúa: “Al parecer, Proamazonas, entidad ejecutora del gobierno regional, que se encargó de la parte técnica del alumbrado, no tomó en cuenta nuestras sugerencias. Y JICA (Agencia de Cooperación Internacional japonesa) solo financió y supervisó los gastos de la obra. Tal vez debió ser al revés. Hubiera sido bueno que, por lo menos, los japoneses tuvieran injerencia directa en la parte técnica del proyecto”, argumenta el arqueólogo.
Contexto
Un día antes, una tarde con aguacero, abandoné Chachapoyas rumbo a Lámud, sin sospechar la grata transformación de Quiocta. Me acompañó para la despedida, Neyra Alva, administradora del Hostal El Mirador. Pues bien, Neyra levantó El Mirador con un préstamo bancario el 2019, cuando parecía una buena idea porque en esa época la afluencia de turistas, nacionales y extranjeros, había alcanzado dimensiones inconcebibles años atrás.
Pero vino la pandemia y la pésima gestión de las autoridades locales y nacionales muyltiplicó los efectos la crisis sanitaria. Yo estuve el 2022 en Kuélap, tres meses después de que se desplomara la muralla sur, y las piedras caídas de este patrimonio histórico aún seguían en la intemperie, sin siquiera un toldo que las cubriera de la lluvia y otros elementos climáticos.
PromPerú es ahora una pálida imagen del buen trabajo que hicieron a fines de los 90 e inicios de este siglo. El hecho es que el turismo se fue a pique (disminuyó un 70%), y recién está remontando. Muchos emprendedores del ramo, cerraron o se declararon en quiebra. La misma Neyra estuvo a punto de perder su hotel.
De ahí la trascendencia de un Quiocta iluminado. Para Rolando Germán, cabeza de la operadora Chachapoyas Expedition, Quiocta, el 2019, ya era el tercer destino más atractivo de la región (después de Kuélap y Gocta), con 18,484 visitantes al año. Ahora se va a superar con creces esa cifra, pues en menos de dos meses, desde su inauguración el 6 de julio, hasta el 2 de septiembre de 2024, la municipalidad de Lámud, que administra este patrimonio, registra el ingreso récord a la cueva –ya puesta en valor– de 7,581 turistas.
El embrujo de Palestina
Otra cueva muy seductora es la de Palestina (9,456 visitantes durante el 2023), en la selvática Rioja, en San Martín, que, después de Amazonas, es la región que mayor número de cuevas alberga (138) en el país.
Y es que mientras uno se acerca sus dominios, ya se siente atrapado por el embrujo de un follaje real maravilloso y el sonido de aves, monos y chicharras, hasta arribar a dos fauces que emergen de la cordillera del Alto Mayo.
Una de ellas, denominada activa por la presencia del río Jordán en su interior, es la tercera cueva más profunda del Perú (3,500 mts.), y fue descubierta por nativos awajunes que ingresaban para cazar guácharos tiernos para su alimentación. Todavía no está disponible para el viajero no especializado, sino solo para el científico.
Quien esto escribe se adentró, con un grupo de valientes, en la cueva fósil, no tan extensa pero no menos alucinante. A los visitantes les proporcionan botas, casco con linterna frontal, y guías capacitados. Inolvidable el encuentro con unas enormes arañas cuyas patas terminaban en pinzas, aterradoras pero inofensivas; las góticas formaciones geológicas y el así llamado ‘pasadizo de los murciélagos’, donde varios se retiraron disparados ante la estampida de estos bichos. La salida era estrecha. Afuera ya era de noche. Vimos luciérnagas y escuchamos el rumor del bosque. Habíamos emergido del corazón de la montaña, y nos sobrecogió ese latido del cosmos que no se puede describir con palabras.
Para Sonia Bermúdez, Palestina es ideal para ser la segunda cueva iluminada del Perú. Sonia participó de la fundación del Espeleo Club Andino (ECA) el 2005, una asociación peruana que se dedica a explorar y estudiar cuevas en el Perú. El ECA investigó a fondo el potencial de Palestina a través de largos periodos. “No creo que haya otra cueva en el Perú que disponga de la información técnica y científica que garantice el ingreso de personas sin arriesgar su humanidad ni su estructura interior”, concluye Sonia.
Ella, precisamente, labora como comunicadora en asuntos ambientales en la UNMS, y apoya iniciativas como Quiocta para el desarrollo de la espeleología en el Perú, pero advierte que “antes de colocar las luces artificiales, se debe estudiar los animales que viven ahí, su rutina diaria, qué comen, a qué hora duermen y dónde, para no espantar la fauna y se convierta en una cueva muerta”.
En efecto, Quiocta cobija lechuzas, vampiros, y gours, un pez prehistórico, un bagre de extravagante aspecto y esta fauna debe ser preservada.
Al fondo hay sitio
La mayoría de las cuevas en Chachapoyas fueron lugares sacrosantos, donde descansaban los restos de los antiguos pobladores de la zona. El arqueólogo piurano Gabriel More indica que la ocupación prehispánica de Quiocta, se remonta a 1,600 a.C.
Olivier Fabre explica que en Quiocta, salvo las pinturas rupestres en la entrada, no hay casi vestigios arqueológicos, pues ha sido profusamente huaqueada. “Pero nosotros hemos encontrado varias cuevas horizontales intactas, donde los chachapoyas han enterrado infinidad de cuerpos detrás de unos muros que ellos elaboraron, y encima hay terrazas donde depositaron todo tipo de ofrendas, así como cerámica y esculturas hechas de madera y piedra”.
El IRD ha publicado sus hallazgos en el Boletín de Lima y la información se ha trasmitido al Ministerio de Cultura. “Eso sí, no hemos divulgado la localización con GPS de muchas cuevas, porque estamos seguros de que, si lo hacemos, en dos meses la saquean y desaparece este importante patrimonio cultural”, remata el arqueólogo graduado en La Sorbona.
Sin embargo, una singularidad del Perú es que el 99% de sus cuevas son verticales, llamadas también tragaderos. Y Amazonas no es la excepción. Lo peculiar es que los cementerios chachapoyas también se hallan en estas cuevas de ingreso poco amable, donde hay que descender mediante la técnica del rapel.
“En casi todas las cuevas verticales que hemos explorado –cuenta Fabre– hallamos centenares de cadáveres por todos lados, incluso restos de muros a 200 metros de profundidad, pero cada hondonada tiene características especiales. Por ejemplo, en Chaquil, a 40 metros de profundidad, encontramos difuntos, y encima de cada esqueleto, más precisamente de su tórax, se observan los restos de un perro, que no es el perro peruano, sino otra raza que domesticaron los chachapoyas”, finaliza este investigador francés casado con peruana, y que ya sentó raíces en el Perú
En esta oquedad nunca me sentí encerrado, sino deslumbrado y hasta en contacto más íntimo con mi espiritualidad. La claustrofobia se activa mucho más en un ascensor limeño atestado de gente, donde vas apretado y rogando que no se vaya la luz.
En una cueva de estas, al contrario de lo que parecería, solo se experimenta un gran, interminable deslumbramiento.
Aprovecha la NUEVA EXPERIENCIA, recibe por correo o por WhatsApp nuestro periódico digital enriquecido. Perú21 ePaper ¡Conoce nuestros planes!
VIDEO RECOMENDADO