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Buscando al Milei peruano

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Fecha Actualización
Es “la era de la protesta perpetua”, como dijo un politólogo. En Argentina, en Perú y en casi todas partes. Y por eso la única ley que impera es la de la calle. Bajo esa lógica, el que sepa traducir y conducir a la calle es el llamado a renovar el establishment político de su país. Y el traductor del momento es Javier Milei, el economista argentino con patillas de San Martín que busca la segunda liberación de su país del estatismo. Y, de paso, la del resto de América del Sur.
El congresista peruano Edward Málaga lo ha descrito como el “rolinga libertario”. El apelativo no solo le cae a pelo al ‘peluca’ por la espectacularidad de su puesta en escena, un estilo rockero que combina las casacas de cuero, los gritos sobre el escenario, las pantallas gigantes del Movistar Arena y la ya célebre melena “peinada por la mano invisible”. Milei rescata el espíritu contestatario y perturbado del rock, desde la actitud rockera del derechista Johnny Ramone hasta el libertinaje marca Stone de Mick Jagger, seguidor de Hayek, compositor de “I’m free” y economista de la London School of Economics. Por eso, cuando entona “se viene el estallido de tu gobierno” al ritmo de Bersuit Vergarabat, se ven escenas de edificios estatales siendo dinamitados en el escenario. Y cuando canta “hola a todos, yo soy el león” con la música de La Renga, se ven lenguas de fuego envolviendo a un león. ‘El loco’, como le decían desde que tapaba en Chacarita y en San Lorenzo, tiene el arrojo del rockero subterráneo y el espíritu alpinchista del ‘do it yourself’, lema punk que tranquilamente podría suscribir la escuela austriaca.
Pero Milei es más que un fenómeno libertario antipolítico. Es también una contradicción andante, una dialéctica no marxista que combina liberalismo y populismo. Un economista racional que apela al indignado voto con el hígado. Milei es tesis económica, antítesis y síntesis, todo a la vez. Un liberal que, como dice Jorge Lanata, con sus propuestas imposibles, paradójicamente se parece en idealismo a la izquierda trotskista. Después de todo, el fin último de anarcolibertarios y leninistas era la abolición del Estado.
“Milei rompió las barreras de las identidades políticas porque lo votaron peronistas y no peronistas”, explicó Martín D’Alessandro, periodista de El Clarín. “También quebró las barreras del federalismo (ganó en provincias centrales productivas y en provincias periféricas dependientes del empleo público), del voto anterior (ganó en provincias con recientes triunfos de otros partidos), de la sociología electoral (ganó en distritos con población mayormente rica y en otros mayormente pobres), de los aparatos (ganó sin partido), y de las campañas (ganó sin equipos, sin propuestas, sin empatía ni equilibrio emocional)”. Un fenómeno inclasificable.
Y, aunque Milei es relativamente nuevo, es parte de un ciclo que se repite. Como recuerda el exembajador del Perú en Argentina del 98 a 2002 Hugo de Zela, “Argentina tiene crisis políticas y económicas desde hace 70 años”. “Estas desembocan en cambios drásticos en las políticas de los gobiernos. No es un fenómeno raro, sino recurrente”, explica. De Zela cree que el principal resultado de esta elección es el rechazo al gobierno. La votación del candidato de gobierno fue solo un tercio, el peor resultado peronista en años. “En tiempos de crisis, las posturas radicales jalan el voto de la gente, quienes buscan algo totalmente opuesto”. De Zela no está tan seguro de que el voto de Milei pueda trasladarse hasta octubre. “No sabemos si se sostenga o si logre imponerse al voto de Bullrich, quien tiene una buena organización política en toda Argentina. Sería irresponsable hacer un pronóstico. Pero es evidente que quien gane tendrá que hacer un cambio sustantivo de las políticas económicas. El caos es irrecuperable si no se hacen cambios profundos y se deja la demagogia”, anota. Finalmente, el exembajador recuerda un paralelo con la crisis previa al 2001, tiempo en que fue embajador peruano en el país sureño. “Espero que no lleguen a esa etapa de los cinco presidentes, por el bien de los argentinos”, comenta con buenos deseos. “La gente ya ha expresado su hartazgo”, agrega.
¿UN MILEI PERUANO?
Más de un columnista se viene preguntando lo mismo, quizás infatuados por el fenómeno argentino. Parece ser el deseo de varios, desde Jaime de Althaus hasta Juan Carlos Tafur, pasando por Juan Sheput, Aldo Parodi y Juan Villarán (mucho gusto). Incluso Giancarlo Peralta sugiere que el Milei peruano es Óscar Becerra, el exministro de Educación. “Expresa lo que siente y opina en función de sus convicciones”, dice. “No es un ciudadano acostumbrado a hablar de manera ‘políticamente correcta’”, dice confundiendo el florete con la chaira.
Mientras tanto, en Buenos Aires, algunas voces advierten que Milei puede ser un Fujimori. Agustín Rossi, jefe del Gabinete de Ministros y candidato a vice por Unión por la Patria (UP), dijio que el aspirante a primer mandatario de La Libertad Avanza (LLA) representa “un peligro para la Argentina” y que el diputado “puede ser un presidente como el peruano Alberto Fujimori, quien en 1992 cerró el Congreso e intervino el Poder Judicial de ese país.”
¿Podría haber un Milei peruano? La pregunta es medio tramposa. Ya tuvimos uno en 1990, bien peinado y menos alocado. Perdió las elecciones, pero su plan de gobierno fue ejecutado a medias por el ganador. Hoy, la discusión no pasa necesariamente por disminuir el aparato estatal, sino por hacerlo más eficiente. El Estado puede percibirse elefantiásico en San Isidro e inexistente en Huancané. Y a eso se le suma la enorme informalidad. Más de 80% de los peruanos ya están ‘condenados a ser libres’, parafraseando al filósofo francés. Es decir, abandonados, fuera del sistema formal. Quizás la derecha quiera entender que hay problemas que simplemente no se van a resolver solos ni de forma privada. Y no es que la izquierda tenga la solución o la respuesta correcta. Pero al menos se hace las preguntas que la derecha calla. Y por eso casi siempre le gana la discusión.
Pensemos en cada debate político que hayamos tenido. El patrón siempre se repite: mientras la izquierda vende ideales, la derecha da realismo. Mientras la izquierda lanza promesas, la derecha habla de estabilidad y orden. Mientras la zurda anuncia el paraíso en la tierra, la derecha anuncia el statu quo. El peruano promedio, por ejemplo, cree que aspirar a un país más justo, con mayores oportunidades y derechos humanos, implica ya ser de izquierda. ¿Qué es la nueva Constitución sino una falaz promesa de cambiarlo todo con palabras? Y mientras la derecha peruana reúne firmas para que nada se mueva, Milei nos recuerda que ser liberal también es promover un cambio, solo que en la dirección contraria.
Hace falta, sí, un Milei peruano más en forma que en fondo. Uno que sea achorado pero no bruto, sino culto como el argentino promedio. Uno que imponga su propia narrativa histórica y un discurso con miras al futuro, a diferencia de nuestra cortoplacista derecha. Uno que dé la lucha cultural en lugar de prometer un país pre-Castillo que ya no volverá. Uno al que le importe la batalla de las ideas, a diferencia de gran parte de los políticos locales. Uno que comprenda que la historia no siempre la cuentan los que ganan la guerra, como fue nuestro caso. Uno que sepa traducir el sentimiento anti-establishment en reformas concretas. O que logre que los jóvenes pogueen sobre política como en un concierto y entonen cánticos partidarios como en el estadio. Uno que caliente la plaza de verdad y no solo sea un corso de Wong. Uno que rejuvenezca la derecha de los ‘viejos lesbianos’ y que lleve la noción de libre mercado más allá de la Coordinadora Republicana.
Pero, sobre todo, hace falta un Milei peruano que comprenda que se puede ser liberal y populista a la vez. Y que la palabra clave en las calles de Perú, Argentina o cualquier elección de cualquier país es ‘cambio’. Uno que use historias y no solo gráficas y cifras. Que deje el realismo trágico por el mágico y que apele a la emoción y no solo a la razón. Ya se sabe: dato no mata relato. Y, sobre todo, un Milei peruano que venda esperanza e ilusión, en lugar de defender temblorosamente una supuesta estabilidad. Juntar firmas para que no cambie la Constitución no puede ser el único punto en la agenda nacional. Sobre todo para una masa empobrecida que se la juega por el cambio cada cinco años o vacancia porque no tiene nada que perder.
Parafraseando una pinta de mayo del 68, ya basta de realidades, amigos de la derecha. Queremos promesas.