En algún lugar entre el escándalo de Christian Cueva y la telenovela del expresidente argentino Alberto Fernández, Dina Boluarte perdió otra valiosa oportunidad para marcar una posición. Una postura que revindique a la mujer frente a la violencia machista y la diferencie de sus excompañeros de viaje izquierdistas.
Boluarte perdió la chance de criticar el lío de callejón en los Pasos Perdidos en torno al ‘Niño’ Darwin Espinoza. Y se le pasó la oportunidad de solidarizarse con la periodista Manuela Camacho frente a su acosador serial.
La presidenta pudo haber recogido la denuncia de Pamela López, inaugurar una comisaría con cámara Gesell y hacer una campaña con el botón de pánico. Ella, que también ha sido agredida en Ayacucho, pudo llamar a una cruzada nacional o inaugurar hogares refugio. De todas estas opciones, eligió callarse. Optó por el mutis carente de ideas, más que por el silencio cómplice.
Es en momentos como este en los que provoca darle la razón a la izquierda, esa que no reconoce a Dina Boluarte como la primera mujer presidenta del Perú. En su paroxismo ideológico, un locutor radial zurdo que condecoró a Vladimir Cerrón llegó a decir que Dina Boluarte “ni es quechuahablante, ni es provinciana, ni es mujer, ni es presidenta. Todo eso lo utiliza para simular que gobierna, pero en el fondo se esconde en el poder para no responder a la justicia sobre las muertes”.
Como sus socios fujimoristas en el Congreso, que crearon el Ministerio de la Mujer pero que nunca se preocuparon en desarrollar una agenda femenina o de género propia, Dina Boluarte parece haber capitulado en su rol político de mujer.