UNO. En la campaña de 2006, el candidato Alan García atacó a Hugo Chávez para provocarlo. El expresidente quería demostrar que era un converso y no el socialista del 85. Y que no solo había cambiado, sino que ahora el estatista era su rival, el Ollanta Humala con polo rojo y dinero venezolano. Chávez pisó el palito y lo insultó. También declaró su público apoyo al comandante Humala. El resto es historia. Casi veinte años después, Dina Boluarte, la conversa de turno, perdió la valiosa oportunidad de repetir la fórmula de manual al tardar una semana en opinar sobre Venezuela. Mientras Milei, Bukele y hasta el zurdo Boric sumaron décimas de popularidad, la presidenta le regaló la cancha a su canciller. Qué mayor prueba de amor al modelo que el rechazo al grotesco fraude madurista. Qué mejor oportunidad perdida para recordarnos contrafácticamente la dictadura que quiso instaurar Castillo con su ‘Toma de Lima’. Quizá la operación afectó su olfato político.
DOS. La unión y organización de la oposición venezolana está a años luz de los políticos peruanos. Mientas el fujimorismo insiste en no llevar personeros a todas sus mesas (lo hicieron en 2016 y repitieron el error en 2021), la oposición venezolana se preparó durante meses para tener presencia nacional y digitalizar todas las actas. Un método que habría que estudiar antes de que sea demasiado tarde. Y, si bien es cierto que aún faltan dos años de campaña, esperar hasta la segunda vuelta de 2026 para que una treintena de partidos ponga al Perú antes que a sus intereses es sintomático. No necesitamos 25 años de dictadura para unirnos: necesitamos unirnos para evitar 25 años de dictadura.
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