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Crónica21: Ojos que no ven, manos que sí sienten
Crónica21: Ojos que no ven, manos que sí sienten
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Hay miles de peruanos que tendrían dificultades para leer esta nota. Otros simplemente no podrían hacerlo. Según el censo nacional de 2017, hay 1.4 millones de peruanos con discapacidad visual: ceguera completa, parcial o con visión en un solo ojo. Se trata de una de las poblaciones más afectadas por la cuarentena y la nueva realidad que ha dibujado en el mundo la pandemia causada por el COVID-19.
La oferta laboral en el Perú no es amplia para ellos. El canto callejero o la atención de call centers son trabajos que suelen desempeñar personas ciegas, pero hay uno especialmente asociado a esta comunidad: los masajes.
Lourdes Montoya (60 años) nació con un problema en la retina y a los 10 años perdió completamente la vista. Soñaba con ser doctora, estudió derecho, pero hoy es terapeuta física profesional. “Así fue como me pagué la carrera y me dediqué a eso. Por por culpa del coronavirus, hoy no puedo trabajar”, dice.
Si hay un trabajo que rompe cualquier distancia social, es la terapia física. Las manos entran en contacto con todo el cuerpo, pero la nueva norma social dice que evitemos el contacto para evitar más contagios. No existen cifras oficiales, pero Lourdes, quien también fue presidente de la Unión Nacional de Ciegos del Perú, calcula que en el país hay cerca de mil masajistas invidentes.
“¿Cuándo volverá la vida a la normalidad? ¿En una año? La mayoría de masajistas vive del día a día, pero ahora las personas tienen miedo a dejarse tocar, pese a que uno cumple con todas las medidas higiénicas”, explica Lourdes. “Pasa al revés, también. Muchas personas con ceguera somos independientes, pero a veces necesitas una mano amiga en una ciudad agresiva como Lima. ¿Quién va a querer tocarnos con este miedo al virus? Vamos a escuchar pronto de accidentes en la calle y muchas de esas víctimas serán ciegos”.
Lourdes quedó totalmente ciega una mañana jugando, cuando tropezó y su cabeza golpeó el suelo. “Es que era una niña muy traviesa”, dice riendo.
“La gente cree que somos personas tristes por ser ciegos, pero no es verdad”, explica su esposo Jorge Llerena, quien también es ciego.
“Cargamos con muchos estigmas: que somos depresivos, que no podemos valernos por nosotros mismos o que somos vagabundos. Una vez, en el Óvalo Gutiérrez (Miraflores), una señora bien perfumada se me acercó y me puso una moneda en la mano. Pensó que estaba mendigando, pero solo estaba esperando el bus. A todo esos prejuicios se suma una más: que llevamos el virus encima, que si nos tocan se contagiarán”, cuenta.
Jorge trabaja en el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social y capacita al personal para que puedan brindar una atención integral a personas con discapacidad. “Si hay algo bueno de la cuarentena es el silencio”, cuenta. “A las 6 de la tarde, la calle suena como a las 4 de la mañana. Me recuerda a Trujillo de los 60, donde pasaba un carro luego de varios minutos, o a los pueblos apacibles de la sierra”. Ese silencio, sin embargo, esconde un peligro.
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ENEMIGO INVISIBLE
“Ver o no ver ya no hace la diferencia. El virus es invisible para todos”, dice María Inés Aspilcueta. Desde hace 7 años se dedica a los masajes y desde hace 5 tiene un negocio propio. Hoy el local está cerrado y sin fecha de reapertura.
“Perdí la vista hace diez años. Vivo sola, pero vine a la casa de mi familia por la cuarentena. Luego de un mes juntos, siento que los conozco mejor que nunca. Eso es lo bueno. Lo malo es que no sé es cómo será el contacto físico con otras personas cuando esto acabe”.
Perder la vista es como estar de duelo. Se trata de dejar atrás algo que no volverá, de adaptarse y encontrar un nuevo sentido a la vida, explica Ximena Ramírez, directora del Centro de Rehabilitación de Ciegos de Lima (Cercil). En 2019 atendió a 180 personas y les ayudó a desarrollar capacidades para recuperar una vida normal. La cuarentena ha puesto en peligro todo un año de trabajo por delante y amenaza con dejar a cientos de personas sin ayuda cuando más la necesitan.
“Estamos desarrollando soluciones digitales para suplir la capacitación presencial. No será igual, pero nos permite avanzar. Nos vamos a centrar en un familiar por alumno, para que esa persona a su vez lo oriente en casa. Es una época dura para la comunidad. Una exalumna, que es masajista y que hoy no puede trabajar, me comentó que el aislamiento la hace sentir más dependiente de su familia. Algunos sienten que están retrocediendo en su desarrollo”, señala Ramírez. Estos meses serán especialmente difíciles para los invidentes que no tengan la orientación y el entorno familiar adecuado. No son pocos.
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