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Lo que soy
¿Qué soy? Un hombre ya mayor, fatigado, con dolor de espalda, con una barriga que tiende a crecer y una calvicie incipiente. ¿Soy peruano? Sí, nací en Lima, capital del Perú, viví en Lima la mitad de mi vida, tengo en alguno de mis cajones un pasaporte rojo que prueba que soy peruano.
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Jaime Bayly,La columna de Jaime Baylyhttp://goo.gl/jeHNR
¿Soy completamente peruano? No, creo que no, he pasado los últimos veinte años viviendo fuera del Perú, tratando de alejarme del Perú, organizando mi vida en alguna ciudad distante de la geografía peruana, intentando construirme una identidad no-peruana. ¿Soy norteamericano? No, claro que no, aunque puedo decir con razonable orgullo que poseo la nacionalidad de los Estados Unidos, eso, por supuesto, no me hace norteamericano. ¿Soy americano? Me parece que es lo que vagamente soy: americano, nací en una ciudad de América (Lima) y he vivido en ciudades de América (Miami, Washington, Buenos Aires, Bogotá, Santo Domingo) y es en América donde quiero vivir el resto del tiempo. ¿Soy ex peruano? No, tal cosa no existe, soy peruano y, viva donde viva y hable en español o torpemente en inglés, seré siempre un peruano, un peruano culposo, renegado, un peruano que intenta no serlo del todo pero que, mal que le pese, lo es. ¿Soy católico? No, no creo en la religión católica ni en ninguna religión, fui católico y ahora me defino como un ex católico, me negué a confirmar mi fe católica en la adolescencia y desde entonces me sigo negando a participar de unas ceremonias religiosas en las que no creo. ¿Soy ateo? Me encantaría decir que sí, pero la culpa religiosa es pesada y mete miedo y por eso me acomoda mejor la palabra agnóstico. ¿Soy un escritor? Sí, los más grandes riesgos que he corrido han estado justificados por esa ambición, por esa manera envanecida de definirme, todos los puentes que he dinamitado y las naves que he quemado fueron actos de fe en mi destino como escritor. ¿Soy un buen escritor? No, claro que no, soy un escritor mediocre, todo lo que he publicado me parece prescindible y, sin embargo, para mí fue imprescindible escribirlo en aquel momento. ¿Soy periodista? No lo sé, creo que no, ya no sé en qué consiste ser periodista, yo leo los periódicos y me gusta salir en los periódicos y publico ciertas cosas periódicamente (una novela, una columna de opinión), pero el oficio de registrar los hechos y contarlos secamente y con neutralidad es de una naturaleza tal que me resulta aburrida, desabrida, pusilánime: se vive para tomar partido, para correr riesgos, para decir lo que uno piensa, no para leer las noticias que otros han escrito. ¿Soy heterosexual? No, nunca lo he sido, aunque cuando tenía doce o trece años tal vez me sentí heterosexual, pero a los quince años me quité la ropa frente a una mujer y supe avergonzado que no era heterosexual, desde entonces lo he sabido sin duda alguna o con alguna duda boba, pasajera. ¿Soy homosexual? He amado a un hombre, he tenido relaciones sexuales muy placenteras con hombres, la posibilidad erótica de un hombre está latente en mis fantasías, la promesa del placer es algo que a veces encuentro en el cuerpo de un hombre: si todo eso me hace homosexual (en parte o en todo), lo soy y a mucha honra. ¿Soy bisexual? Qué palabra tan angosta e imprecisa, qué manera inexacta e inconveniente de encerrar en una sola palabra el océano turbio de los deseos y sus corrientes submarinas, he amado a una mujer, ahora mismo amo a una mujer, he tenido sexo divertido y placentero con varias mujeres y, al mismo tiempo, lo mío con los hombres ha sido siempre una pasión desmesurada y no correspondida, una ilusión que no cede, una expectativa borrosa por estar con ella y con él, todo a la vez, y si esa manera de expresar mi sensibilidad erótica me hace bisexual, bien, me resigno, soy bisexual, aunque no me molesta en absoluto que me digan homosexual, solo ruego que nadie me tenga por heterosexual, esa es una certeza de la que huyo. ¿Soy padre? Sí, soy padre de tres hijas, dos de ellas están lejos, la menor todavía me ama. ¿Soy compadre? No, he declinado amablemente ciertas invitaciones a ser padrino y ha sido muy doloroso y espero que mi gesto se entienda como una expresión sincera de afecto y, a la vez, de educado repudio a cualquier forma de iniciación en una fe religiosa que considero tóxica y nociva para el bienestar personal. ¿Soy ahijado? Sí, fui bautizado, tuve padrinos, luego esas dos personas se sintieron disgustadas y comprensiblemente se apartaron de mí, decidieron renunciar al padrinazgo que les había sido impuesto. ¿Soy turista? Sí, yo miro las cosas con la curiosidad y el asombro un tanto pueril del que se maravilla con todo, incluso con aquello que ya había visto y sin embargo olvidé, me considero un turista dondequiera que esté, sobre todo cuando estoy en el país en que nací, donde las cosas nunca dejan de sorprenderme. ¿Soy feliz? No, ni quiero serlo, tengo la impresión de que la felicidad destruye o contamina cualquier posibilidad literaria y yo aspiro a escribir una buena novela y una buena novela es siempre un viaje a unas zonas oscuras, conflictivas, desgraciadas, reñidas estética y moralmente con eso que llaman la alegría. ¿Qué soy? Un hombre viejo, cansado, miope, con un dolor en la espalda, un mamífero en apariencia macho de la especie humana, un sujeto que habla el español, un individuo que golpea el teclado reuniendo letras luego palabras luego frases luego párrafos finalmente libros, un cuerpo vivo, tenso, sudoroso, una vida inútil, malgastada, un hombre que elige estar dormido, un error minúsculo entre miles de millones de errores, la vulgaridad y la pereza, la abulia y la apatía, un destino vacilante y ensimismado, una muerte segura, eso es lo que soy.
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