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"En nuestros días, arte y sexo han perdido sentido"

“La literatura fue la primera cosa importante que me pasó”, nos dice Fernando de Szyszlo, “un intelectual que pinta”, en palabras de Octavio Paz.

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Fecha Actualización
Fernando de Szyszlo,PintorAutor: Gonzalo Pajares.gpajares@peru21.com

Ha sido amigo de Octavio Paz y José María Arguedas, de Julio Cortázar y Jorge Eduardo Eielson, de André Breton y Emilio Adolfo Westphalen… y es el mejor amigo de Mario Vargas Llosa. No, no hablamos de un escritor, sino de un pintor: Fernando de Szyszlo, quien, por si le faltasen vínculos literarios, es sobrino de Abraham Valdelomar y fue esposo de Blanca Varela. Ah, en su biblioteca tiene, entre otras joyas, un mechón del cabello de César Vallejo, el original de Invierno en la batalla de Teruel (regalo de Georgette, la viuda de Vallejo), y una bellísima edición autografiada del poema Alturas de Machu Picchu, de Pablo Neruda. Szyszlo acaba de reditar Miradas furtivas (FCE), una antología de sus textos publicados entre 1955 y 2012.

¿Sus vínculos con la literatura nacen por una necesidad espiritual?Toda mi vida ha estado cerca de la literatura. Quizás debí ser escritor, pero no tenía talento. Lo único que he hecho en mi vida es pintar. Todo lo demás –literatura, música, política, mujeres, sexo- son elementos que he tomado para enriquecer mi pintura, para darle sentido, para alimentarla. Toda mi vida he querido hacer un solo cuadro bueno: la tarea resultó más difícil de lo que creía (risas). Eso sí, la literatura fue la primera cosa importante que me pasó. Como tuve asma hasta los 14 años, faltaba mucho al colegio, y leía mucho en mis muchos ratos libres. Comencé con Salgari, Dumas, Verne, quien me encantaba, y, después, pasé a Flaubert, Stendhal, Víctor Hugo, Tolstoi, Goethe, Beckett, Proust… a Proust más que nadie, etcétera. Cuando terminé el colegio, para mí el arte significaba literatura y música, pues mi padre era un melómano que oía música clásica todo el día. Yo he heredado esta afición.

Tan importante es la literatura en su vida, que siempre cita a Rimbaud. Usted dice: "Marx quiso cambiar el mundo; Rimbaud, la vida, algo más difícil, trascendente"…Así es. La intención de Rimbaud es total, pues abarca el interior del hombre.

Adolfo Winternitz, su maestro en la Universidad Católica, lo hizo leer a Rilke… Sí, me hizo leer Cartas a un joven poeta, que hasta ahora me parece un libro fundamental para quien desea convertirse en artista. Por Winternitz, además, y para espanto de mis padres, dejé la arquitectura, una carrera de gente seria, por la pintura, una carrera azarosa, de muertos de hambre, de disolutos y bohemios (risas).

Es sobrino de Abraham Valdelomar…Valdelomar murió en 1919. Yo nací seis años después, pero en mi casa vivía mi abuela, la madre de Abraham, quien todas las tardes lloraba la muerte de este hijo, quien había sido su luz, todo un fenómeno nacido en Pisco, con un talento innato, primero para el dibujo y, después, para la literatura. Valdelomar murió a los 31 años, pero dejó una obra importante para el desarrollo de la literatura peruana, pues, como dijo en una carta, sacó a los escritores de la cocina y los llevó al salón, pues escribir estaba venido a menos.

Conoció a Georgette Vallejo…Vallejo me fascinó desde la primera vez que lo leí –entré de frente a Poemas Humanos y España, aparte de mí este cáliz, luego conocí Los heraldos negros y Trilce-, al punto que me inspiró una serie de litografías. Justamente, llevándole esta serie fue que conocí a Georgette, su viuda, en París. Ella era una intelectual, para quien Vallejo era un tesoro, un fenómeno literario, un grandísimo escritor.

Georgette le encargó los manuscritos de Vallejo…Sí. Tuve en mis manos toda la obra de Vallejo. Un día, me pidió que le llevase los manuscritos de Poemas Humanos y España, aparta de mí este cáliz, y se los regaló a los padres de la clínica San Juan de Dios. Ellos deberían donar estos papeles a la Biblioteca Nacional o a la Universidad Católica, pues le pertenecen al Perú. Georgette me regaló los manuscritos de teatro y algunos papeles personales de Vallejo, que yo doné a la Universidad Católica.

En 1948, usted expuso junto con Jorge Eduardo Eielson…Fui un gran amigo de Jorge (y me señala una foto que los muestra en Notre Dame). Lo conocí después de leer Reinos, poemario que se publicó en la revista Historia, que dirigía Jorge Basadre. Me lo presentó Javier Sologuren, a quien debemos la publicación de Reinos, pues Basadre le pidió sus textos, pero Sologuren, generoso como era, le cedió su lugar a Eielson, pues creía que Jorge Eduardo merecía publicarse primero.

Fue amigo de Arguedas…Lo quise mucho. José María nos abrió los ojos sobre el mundo quechua contemporáneo. Nosotros admirábamos al mundo precolombino, pero Arguedas nos enseñó que lo que estaba vivo también era muy valioso… y fue recíproco, pues nosotros lo introdujimos en el arte precolombino.

Fue amigo de Octavio Paz…Fue decisivo para mi vida. Ha sido la persona más inteligente, más culta y más generosa que he conocido. Nunca sentí que me llevaba 11 años, siempre lo sentí como un compañero. Me presentó a Breton, Lacan, Michaux, Bioy Casares, Péret, Gracq, Papaionou, Cortázar, Martínez Rivas, Palau, Cardenal, quien, por entonces, era franquista. ¡Cuánta gente conocí por Paz! En su casa, la única casa 'visitable' de entre las nuestras y que estaba en la ribera derecha del Sena, organizábamos fiestas y bailábamos con la música de Martínez Rivas y cantábamos con la voz de Tamayo, el pintor, quien lo hacía muy bien. Viví el fin de la época dorada de París, pues todos los monstruos estaban vivos: Picasso, Matisse, Giacometti, Gide, Breton, Sartre, Camus, Malraux, te los cruzabas en el boulevard Saint Germain. Yo me crucé en la calle con Faulkner, tan importante él para escritores como Vargas Llosa.

En una de estas reuniones contradijo a Breton…(Ríe). En pensamiento, siempre he sido surrealista, pues me parece la explicación más coherente del fenómeno artístico, del fenómeno vida, de la condición humana. Eso sí, en pintura nunca me interesó el surrealismo, salvo Miró y Klee. Y, bueno, a Breton le reproché que, en el Almanaque del medio siglo, que los surrealistas publicaron en 1950, apareciese un artículo llamado 'La sopa deshidratada', que iba contra la pintura abstracta. "No comprendo cómo una publicación surrealista puede acoger un texto así, cuando la pintura abstracta está más cerca de los postulados surrealistas que ninguna otra, pues allí el inconsciente se manifiesta sin trabas mentales", le dije. Breton lo tomó con mucho estilo y me dijo: "Siempre he sido un defensor de la pintura abstracta. Venga, le quiero mostrar algo", y me mostró unos cuadros de Kandinsky (risas). Breton era un gran coleccionista de arte, tenía obras maravillosas, obras de Chirico, de Picasso, arte peruano, etcétera.

Vargas Llosa dice que usted es su mejor amigo. Entre ustedes hay una mutua admiración…Tenemos una afinidad, una química, que mantenemos desde que lo conocí. Mario tiene eso llamado talento (ríe). Además, tiene un rigor moral que es admirable. Pensamos tan parecido que yo sé cuál es la opinión de Mario sobre cosas que aún no hemos conversado (ríe).

¿Suscribiría con puntos y comas lo que afirma en La civilización del espectáculo?Totalmente. En La desacralización de nuestro mundo, artículo que acabo de publicar en la revista Letras Libres, señalo cómo el arte se ha vuelto ligero, sin contenido, hecho para entretener, divertir y sorprender, pero ya nadie se sorprende ni con las cabezas de vaca de Hirsch. Por eso, en nuestros días, el arte ha dejado de tener sentido, tampoco lo tiene el sexo, que ha perdido misterio; la mujer ha perdido misterio, no hay que conquistarla, no hay que seducirla, todo se ha vuelto ligero, tan light. Se ha perdido el vínculo con lo sagrado, con lo oscuro, con lo inexplicable. Pero no soy pesimista. Como decía Dalí: "Moda es lo que pasa de moda (risas)".