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"Perú sí está aprovechando su bonanza actual"

“Las campañas electorales embrutecen. Hay que saber superar el hastío de la reiteración, la emoción sobre la idea”, nos dice el ex presidente de Uruguay.

Fecha Actualización
Julio María Sanguinetti,PolíticoAutor: Gonzalo Pajares.gpajares@peru21.com

Julio María Sanguinetti, el ex presidente de Uruguay, vino a celebrar los 50 años de la U. de Lima. En esta charla nos habla de política, de su vida y de su relación con el Perú: "Aquí soy amigo de todo el mundo. Conocí a Haya de la Torre, fui amigo de Luis Alberto Sánchez y Fernando Belaunde, conviví con Alan García cuando los dos fuimos presidentes, traté a Valentín Paniagua, una persona dignísima, y soy amigo de Mario Vargas Llosa y Javier Pérez de Cuéllar".

Con los años, se ha hecho más liberal…La liberalidad, en cuanto a la estructura familiar, es una constante del Partido Colorado. En Uruguay, la ley de divorcio es de 1907, y la ley de divorcio por sola voluntad de la mujer es de 1912. La ley de investigación de la paternidad tiene 100 años. Fuimos unos adelantados en la 'discriminación positiva'.

Es decir, solo es consecuente con los postulados de su partido…En cuanto al liberalismo, sí; en cuando al rol del Estado, digamos que he seguido la evolución del mundo. Cuando empecé a hacer política vivíamos una economía de escasez, por eso creíamos en un estado planificador, interventor, proteccionista. Hoy, en un mundo global y de enorme abundancia, esto no tiene sentido. Hemos pasado de una sociedad de escasez y de guerra a una de equilibrio mundial y de enorme afluencia de bienes, de cambios tecnológicos permanentes… solo hay que adaptarse. Yo no soy un liberal ortodoxo en materia económica. El Estado debe tener un rol muy importante, no el de antes, pero sí el de asegurar los equilibrios de la sociedad.

¿Lee a Eduardo Galeano?Sí, pero no es mi fuerte (ríe).

Escribe bonito, tan bonito que a veces parece que tuviese razón…Escribe bonito, pero su contenido es de lo que más nos ha atrasado. Él representa a una América Latina quejosa, convencida de que todos le han robado, que arroja las culpas de sus males sobre leviatanes y ogros. Sus textos son una especie de libro de autoayuda que sirve para exorcizar las propias carencias y complejos.

Galeano y quienes piensan como él sostienen que las potencias y las grandes corporaciones impiden el progreso del América Latina…Eso no es verdad. Debemos pensar que para algo hicimos la independencia. Fuimos colonia, sí, y como colonia servimos a los intereses de la metrópoli, pero eso fue el pasado. Luego, tuvimos nuestra independencia, y allí pasamos a depender de nuestras sociedades que, al principio, fueron muy inorgánicas, muy violentas, llenas de caudillos enfrentados, de morales familiares muy rígidas, de una educación impregnada de religión, de una religión muy conservadora y antigua. Esto hizo que nuestra evolución fuese muy lenta.

¿Y allí nos quedamos?No. Al alborear el siglo XX, las nuevas ideas fueron entrando y cada país fue trazando su propio camino. Por ejemplo, la Revolución Mexicana fue la expresión de quien buscó su propio camino: con defectos y con virtudes, pero su propio camino. Puedo decir lo mismo de Uruguay: entre 1904 y 1915 construimos el primer estado de bienestar de Occidente: dimos todas las leyes sociales, de jornada obrera, de accidentes de trabajo, de jubilación. Por eso nos llamaban 'la Suiza de América'. Entonces, no creo que tengamos más dependencias que las que nos imponen los acontecimientos mundiales. Y aquí no solo hay dependencias sino interdependencias. También las grandes potencias han dependido de nosotros. Y no debemos eludir nuestras responsabilidades: políticas económicas irresponsables, ineficiencia en el gasto público, etcétera. Es verdad que, a veces, los mercados fueron injustos: poníamos más oro para comprar el mismo tractor; pero hoy es a la inversa, pues tenemos todos los términos de intercambio a favor: cada vez ponemos menos minerales para comprar máquinas y equipos. ¿Qué vamos a decir, que ellos dependen de nosotros? No, solo que las condiciones de mercado cambiaron.

¿Qué le corresponde a los países de América Latina?Primero, entender dónde estamos viviendo, entender que la globalización es un hecho ineluctable, producto de una acumulación científico-tecnológica, y que no se trata de discutirla como hace mucha gente sino vivir dentro de ella con sus ventajas e inconvenientes. La ventaja es que es un mundo más abierto; sus inconvenientes, que nos impone prepararnos para una competencia muy fuerte.

¿Cuáles son las prioridades?Primero, la innovación tecnológica en la producción, la incorporación de valor agregado a las materias primas, a la eficiencia en la producción. Segundo, la organización de un estado jurídicamente estable, creíble, que asegure las condiciones para que la inversión –local y extranjera– fluya. Tercero, mejorar la calidad educativa. Si usted observa qué países quebraron la barrera del subdesarrollo –Corea y Finlandia por citar dos ejemplos– está muy claro que fue porque transformaron su educación. En América Latina, la educación ha tenido dos factores de retroceso muy fuertes: 1) Los sindicatos, que son muy conservadores y 2) La debilitación de las exigencias educativas, bajo la creencia que la mejor educación es la que no impone demasiados esfuerzos, que se hace a partir del entretenimiento, pero resulta que los chinos, japoneses y coreanos nos pasan como aviones porque hoy estudian como acá se estudiaba hace cien años. América Latina vive su mayor bonanza económica: hoy ningún gobierno tiene excusa para no hacer bien las cosas.

¿Hay países que están haciendo bien sus deberes?La suerte es variada. Algunos han despilfarrado la bonanza, y otros la han aprovechado mejor: Venezuela es el despilfarro, Chile y Perú están en la buena línea. Perú ha tenido continuidad, pues tres figuras políticas que, aparentemente estaban en las antípodas, han mantenido una línea económica que le ha permitido crecer, atraer inversiones.

¿Qué siente cuando ve a Cristina Fernández nacionalizando empresas?Es un retorno al pasado, no tanto por sus nacionalizaciones, sino por el modo, la forma, pues en democracia las formas son fundamentales, son su esencia. Argentina no tiene derecho a violar tratados, leyes y hasta su propia Constitución. A expropiar tienen derecho todos los Estados, pero lo que se ha hecho en Argentina es una confiscación.

Las dictaduras degradan a sus sociedades. Acá lo vivimos con el fujimorismo…Esta degradación es muy grave, pues no se respeta la majestad de las instituciones. La democracia exige respeto y, claro, crítica, nos gusten o no las decisiones que se tomen. La política no es una tribuna de un estadio. Lo que vi el otro día en Argentina no lo quiero para ningún país, y menos para Argentina, con quienes prácticamente convivimos.

¿No es una mala señal del modelo actual que, en España, se nacionalice un banco y se privatice la salud?Primero, no creo que haya un modelo; hay políticas de emergencia, en este caso, de España. Estas políticas no responden a un modelo, no es un tema de socialistas y liberales sino de cómo enfrentar una crisis. Si se cree que nacionalizando o dejando todo al mercado se solucionan los problemas, vivimos en la irrealidad. Yo nunca he creído en el Estado mínimo, en el Estado abstencionista. En las crisis, el Estado es fundamental pues garantiza el equilibrio de una sociedad. Sin Estado responsable no habrá salud ni vivienda para los pobres. No creo en el Estado tendero y planificador que ahoga la iniciativa individual. Europa, al ser un colegiado, tiene la dificultad de la lentitud en la toma de sus decisiones. En Europa hubo excesos –se jubilaban a los 50 años– pero, recordémoslo, la cuenta alguien siempre la tiene que pagar.

AUTOFICHA

- Soy hincha y presidente honorario de Peñarol. Por encima de todo, me gustaría hacerle un gol al Real Madrid. En Peñarol jugó un gran peruano: Juan Joya Cordero.

- Que Obama apoye los matrimonios gay es un hecho saludable, va de la mano con la sociedad contemporánea, donde debe imperar el respeto.

- Los partidos políticos evitan la sorpresa alucinante, el equívoco de una imagen sin sustancia. Son peligrosos los políticos sin 'retrato', sin una figura epónima que seguir.